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Prohibiéndolo todo

El mundo en general y España en particular caminan a gran velocidad por el peligroso desfiladero del prohibicionismo. Y además lo hacen cuesta abajo y sin frenos, con grave riesgo de acabar malparados. Cierto que un estado de permisión total no es el más adecuado para una convivencia ordenada, pero la exacerbación de la censura es igual de perniciosa. El sentido común nos dicta que la libertad individual en el ejercicio de cualquier actividad debe estar limitada únicamente por el respeto a los derechos de los demás que puedan verse lesionados con las acciones a realizar. Ese, y no otro, debe ser el referente a la hora de articular determinadas prohibiciones.

Viene esto a cuento de un nuevo movimiento prohibicionista -uno más- que está empezando a ganar adeptos. Los adictos a esta causa, como a cualquier otra que implique limitar las libertades individuales, suelen estar más preocupados por imponer su particular visión del mundo que por el propósito de favorecer la convivencia, y muy a menudo acaban perturbando esta con sus actitudes intolerantes. Su nueva cruzada es una vuelta de tuerca más en la lucha antitabaco. Es sabido que la legislación española al respecto es muy restrictiva, pero hasta donde alcanzo a ver la prohibición de fumar comprende un conjunto de lugares donde conviven numerosas personas y cuya salud puede resultar dañada por el humo que otros expelen jubilosamente. Todos ellos son espacios cerrados o bien lugares emblemáticos por otras razones. Así, está prohibido fumar en centros de trabajo públicos y privados, salvo en los que están al aire libre, en todo el ámbito de la administración pública y entidades de derecho público, en centros comerciales, grandes superficies y galerías, salvo que sean al aire libre; tampoco se puede fumar en centros culturales, salas de lectura, exposición, bibliotecas y museos; ni en salas de fiesta y establecimientos de juego, salvo, una vez más, que sean al aire libre; ni en los recintos y accesos de parques infantiles y áreas o zonas de juego para la infancia y del mismo modo está prohibido fumar en todos los recintos y accesos de centros, servicios o establecimientos sanitarios como la puerta de un hospital o de un centro de salud.

Todo ello es de sentido común, como es igualmente razonable que ciertos lugares, incluso cerrados, estén exceptuados de esa prohibición: establecimientos penitenciarios, psiquiátricos, clubes privados de fumadores y centros residenciales de mayores o de personas con discapacidad. Es evidente que las cárceles no son precisamente Disneylandia y fumar aplaca bastante la ansiedad y el mal humor. Así que mejor que fumen los reclusos a que anden a la gresca con compañeros y funcionarios. Por similar razón los establecimientos psiquiátricos tienen entre sus paredes a pacientes delicados y no parece mala idea que se echen un pitillito de vez en cuando. Lo mismo cabe decir de las residencias de ancianos, donde no abundan las distracciones y además los movimientos de los internos están bastante limitados a causa de sus propios padecimientos. Tal vez no sea muy conveniente que salgan a fumar al jardín en el mes de febrero. Y en cuanto a los clubes privados de fumadores, allá cada cual con sus vicios y sus virtudes?

No parece suficiente a ojos de los cruzados y nuevos espacios son objeto de su atención: primero lo fueron las playas, algunas de las cuales ya han sido objeto de normativa antitabáquica (red gallega de playas sin humo, por fortuna sin sanciones de por medio). Ahora lo son los parques, pero ojo, no los infantiles (cosa razonable y ya contemplada en la ley), sino cualquier parque. Así que si Vd. quiere ir a Riazor o a Samil o a cualquiera de las múltiples y hermosas playas de Galicia a tomar el sol y leer un buen libro echándose un cigarro vaya olvidándose si prospera el postulado yihadista de prohibición absoluta (ni tampoco lo haga por el paseo marítimo adyacente de los muchos que los planes Feder trajeron a Galicia). Desde luego con los vientos habituales de nuestra tierra no parece que los convecinos no fumadores vayan a verse muy perjudicados por el humo, como tampoco lo estarán los paseantes por Castrelos o por Méndez Núñez. Supongo que lo siguiente será prohibir las sandalias con calcetines, hacerse pelotillas con los mocos o andar con los gayumbos asomando por encima del pantalón, conductas particularmente molestas pero que soportamos estoicamente, como soportamos las camisetas de tiras dejando ver el bosque, los chándales con tacones, las hombreras marcadas o las cangrejeras por la Gran Vía.

Recuerden aquello de "Libertas perfundet omnia luce" (La libertad inunda todo de luz) o el más cercano eslogan de mayo del 68 "Prohibido prohibir". ¿Dónde quedan? ¿Queremos volver a los años en los que lo que no estaba permitido estaba prohibido? Los fanáticos deberían hacer más el amor y menos la guerra. Ya sabemos lo que les pasa aunque no lo digamos, porque los niños también leen el periódico.

*Magistrado y profesor titular de Derecho Penal

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