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El velo

Una chiquilla de ojos dulces se ha visto vapuleada en Valencia por taparse la cabeza con un pañuelo, lo que contraría las tersas convicciones éticas de censores y mequetrefes

¡La que han armado en un centro educativo de Valencia porque una joven ha aparecido en clase tapándose la cabeza con un pañuelo!

Una chiquilla de ojos dulces, hermosa, cara de inocencia y hechuras tiernas, una de esas mujeres que, pasados unos años, comprometen la honestidad del más austero, se ha visto vapuleada por exhibir tal muestra de esclavitud que contraría las tersas convicciones éticas guardadas en bordado paño por censores y mequetrefes de variado signo y condición.

A mí me hubiera gustado que, por idénticas (sin) razones, me hubieran quitado de en medio, en la Facultad, a unos muchachos en chanclas y pantalones cortos de deporte que lucían aro en la nariz y un urogallo pintado en un brazo. Tampoco me gustan esas señoras que se bañan ahora en la Costa Azul vestidas de negro porque las personas bien constituidas hemos ido toda la vida a la playa a ejercer de honestos voyeurs ya que a nadie se le ocurre pensar que ese lugar con tantísima arena es un lugar acogedor.

Pero lo cierto es que, dándole vueltas al magín, me percato de que yo también llevo una ridícula corbata o, peor aún, un lazo de pajarita que evoca tiempos marchitos. Porque, dentro de poco, anudar al cuello una corbata va a resultar tan extravagante como ver a un paseante con chistera por la Castellana como es fama iba el marqués de Salamanca por el Madrid propiedad de él y, en parte, de doña Isabel II.

Lo más entretenido del episodio valenciano, según el coro de sus protectores y protectoras, es que perseguía defender a la desvalida criatura cuya mente se hallaba capturada por tortuosas (y vitandas) convicciones religiosas. Una víctima pues de imanes, de suras del Corán y las babuchas del Profeta.

Y sobre todo esto se discute, cuando, pasada la página del periódico, se encuentra el lector con una señora que lleva un cucurucho en la cabeza circulando en un pase de modelos o con la foto de unos benditos monjes o monjas ataviados contraviniendo todos los avances de la historia y, si se me apura, hasta los logros de la física del estado sólido.

¿Liberación de los imanes? ¿Y para cuando la liberación de los modistos y diseñadores de moda? Estos artistas nos colocan un año los pantalones estrechos, otro los anchos, el siguiente la chaqueta con coderas como si las hubiéramos roto preparando notarías, el de más allá destrozan un pantalón vaquero y lo perforan con rotos y descosidos, etc, siempre transitando unos caminos arriesgados por donde se perpetran los más pintorescos desvaríos. Que nosotros seguimos como los corderos al pastor o como seguían los alumnos antiguos las indicaciones del prefecto de los padres escolapios.

Llevar descubierto el rostro es lo único que puede exigirse para que no nos den el gato de un robusto y avieso yihadista por la liebre de una modosita escolar. Pero fuera de eso, libertad y estatuto de autonomía, como si se quiere volver a las mangas de gigot y al polizón incipiente, a los cabellos rizados a la polca o a la barba pluvial, de esas que gastan los monjes guardadores de todas las añejas ortodoxias.

Lo demás son ganas de meterse uno en el santuario de la libertad con la ganzúa de la intransigencia.

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