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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El perro, como parte de la familia

Cualquiera que callejee con alguna frecuencia y este medianamente atento al ir y venir de la gente, habrá advertido estos últimos años un aumento notable en el número de perros domésticos. (Esos que algunos denominan "mascotas", como si fueran aquellos emblemas que los aviadores pintaban en el fuselaje de sus aparatos para que les dieran suerte en el combate).

Desconozco si su abundancia se debe a un deseo de mejor fortuna por parte de sus propietarios, o se limitan a cubrir elementales necesidades de afecto en una sociedad de soledades crecientes. Lo cierto es que hay muchos y de todas clases, tamaños y pelajes. Tantos, que han obligado a las autoridades a dictar estrictas medidas para asegurar la limpieza de las calles, ordenar un calendario de vacunaciones en previsión de enfermedades contagiosas, o limitar la presencia de razas potencialmente peligrosas. Según datos del Ministerio de Agricultura referidos al año 2015, en España hay censados 7.436. 698 millones de perros domésticos que atienden a utilidades de compañía, caza, guarda, guía y pastoreo. Lógicamente en torno a este fenómeno social han aparecido miles de clínicas veterinarias, residencias caninas, tiendas de complementos, hoteles y restaurantes adaptados a la presencia de perros y hasta playas acotadas para ellos y sus dueños. Negar, por tanto, la influencia del perro doméstico en los usos y costumbres actuales es inútil. En ese sentido las cosas han variado no poco. Cuando el que esto escribe era niño, la abundancia de perros se daba preferentemente en el rural. En cada casa había uno o dos perros que servían, alternativamente para la guarda y la caza. Y muchos, los más malos y agresivos, permanecían atados de por vida a una larga cadena.

Andar por el campo era exponerse a un encuentro peligroso y el sonido de innumerables ladridos seguía al caminante allá donde fuere. En las ciudades había menos, pero bastantes de ellos eran perros sin dueño en busca de comida por los basureros. De esa situación lamentable a esta otra en la que el perro lleva abrigo por el invierno, va a la peluquería y al psicólogo, y ve la televisión echado cómodamente sobre la alfombra o el sofá, hay un largo trecho. Hoy el perro (y en ocasiones el gato) es un miembro más de la familia. Por eso no es de extrañar que en algunos procesos de separación los jueces hayan prescindido de considerarlo como un bien mueble, como hace el vigente Código Civil, y hayan otorgado a los cónyuges la custodia compartida de un ser vivo con el que se han creado intensos lazos afectivos.

En su delicioso libro Cuando el hombre encontró al perro, Konrad Lorenz, que fue Premio Nobel en 1973 escribe lo siguiente: "Bajo un determinado aspecto, el perro es, sin duda alguna, más parecido al ser humano que el mono más inteligente; el perro, al igual que el hombre es un ser domesticado y, al igual que el hombre, debe a este proceso de domesticación dos propiedades fundamentales: la liberación respecto a los rígidos cauces del comportamiento instintivo, y una actitud de permanente juventud que en el perro da origen a una continua necesidad de afecto y en el hombre a una juvenil ilusión por las cosas de este mundo".

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