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Un empujoncito frente a Uribe

El Nobel de la Paz de este año ha encadenado sorpresas. La primera, cuando estaba cantado que era para Santos y Timochenko, llegó el pasado domingo al rechazar los acuerdos de La Habana un sexto de los colombianos con derecho a voto. Se reanudó entonces el tradicional concurso de favoritos y, cuando las apuestas se dividían entre mirar a la carnicería siria o a la marea de refugiados, ayer por la mañana saltó la segunda sorpresa: el Comité Nobel noruego, que emana del Parlamento de Oslo, decide que el premio es para Santos, aunque sin Timochenko.

Premiar un proceso que, por el momento, ha encallado puede parecer paradójico. Pero no lo es. Simplemente, Noruega, garante junto a Cuba del diálogo de paz de La Habana, aprovecha una feliz coincidencia cronológica para dar su empujoncito al desbloqueo de una iniciativa en la que ha comprometido sus intereses y los de sus principales aliados militares y económicos (EE UU y la UE). Iniciativa que, a juzgar por las declaraciones de sus protagonistas (Santos, las FARC, el frente del "no", liderado por el expresidente Uribe), aún tiene posibilidades de éxito.

Está claro que el empujoncito requería ciertas dosis de prudencia para no resultar contraproducente. De ahí la eliminación de Timochenko, cuyo mantenimiento en el tándem ganador podría haber sido considerado como una bofetada para la voluntad expresada en las urnas. Las FARC son conscientes de ello y aceptan de buen grado el veredicto. "La paz con justicia social" es el único premio al que aspira la guerrilla, declaró ayer Timochenko.

Se entroniza, pues, a Santos en solitario. De ese modo se le da un refuerzo simbólico frente a un Uribe que, seis años después de fracasar su intento de perpetuarse en el poder, consiguió por fin el pasado domingo situarse en un plano de igualdad con su antiguo ministro de Defensa. Tras seis años de escaramuzas poco exitosas -sólo cuenta con una veintena de diputados-, el triunfo del "no" ha catapultado el discurso populista de Uribe -un aliado de Bush descolocado en la era Obama- hasta cimas que nadie imaginaba hace unos días.

En todo caso, la apuesta, como otras del Comité Nobel noruego, no deja de ser arriesgada. Alguien debe estar rezando a tres turnos en Oslo para que el alto el fuego no se rompa antes de la ceremonia de entrega de los premios.

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