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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

País desarrollado, políticos bananeros

Con el gobierno y la oposición en funciones, los únicos fijos aquí son los electores que asisten al espectáculo menos indignados que divertidos. La política se ha convertido en un circo de tres pistas que bajo el tradicional lema: "Más difícil todavía" entretiene al público con toda suerte de acróbatas, volatineros, magos del alambre y, por supuesto, los imprescindibles payasos. No hay número que los políticos españoles dejen de ejecutar para deleite del público.

En un mismo día puede coincidir, por ejemplo, que el principal partido de la oposición tenga dos jefaturas distintas y que, aprovechando el barullo, el gobierno autónomo de Cataluña anuncie por enésima vez un referéndum para independizarse de España. Nadie se toma en serio a unos ni a otros, naturalmente. Los espectadores han llegado a la cabal conclusión de que lo que ven en el teatrillo de la tele es un simple reality-show que sirve a los políticos para ganarse el pan en directa competencia con Belén Esteban y demás figuras del show-business.

Un observador desavisado que aterrizase estos días en España podría llegar a la conclusión -excesiva- de que este es uno de esos entretenidos países bananeros que tan bien retrató Valle Inclán en su Tirano Banderas. El escritor arousano fue precisamente el inventor del esperpento: un género literario que consiste en deformar la realidad sin más que acentuar sus trazos más grotescos.

Al dominio del esperpento pertenece, sin duda, la última pieza teatral que tiene como escenario la sede del PSOE en Madrid.

Esperpéntica es la dirección del partido que dice estar "en funciones" y, aun reducida a la mitad, insiste en atrincherarse dentro del cuartel como si nada pasase. Esperpénticos son, igualmente, los golpistas del bando contrario que envían a una joven desconocida a las puertas del búnker para proclamar que es ella la única "autoridad" al mando del partido. Aunque esa autoridad no se la reconozcan siquiera los seguratas de la puerta que le cierran el paso.

No se trata solo de esto. Meses atrás, el esperpento había alcanzado ya cumbres gloriosas durante el acto de constitución del nuevo Congreso gestado por las elecciones de diciembre. Fue de admirar entonces la irrupción en el Parlamento de mamás con bebé adjunto y diputados que se besaban ante las cámaras para epatar al burgués, ignorando que los burgueses ya no se sobresaltan por nada a estas alturas del milenio.

Todos estos números circenses, que ahora alcanzan cotas casi pandilleras en el caso de los socialdemócratas en guerra, podrían llevarnos a la exagerada conclusión de que España es una república de las bananas. Nada más erróneo que esa impresión.

Por fortuna, las fábricas siguen funcionando, las oficinas abren a su hora, los hospitales atienden con normalidad al público y, en general, la vida discurre tan plácidamente como si hubiera gobierno y oposición. O mejor aún, si vamos a ser exactos.

Ocurre, simplemente, que los ciudadanos españoles pertenecen a un país desarrollado y se comportan como tales. Son más bien los representantes que han elegido los que, con su esperpéntica conducta, se están ganando el derecho a integrar el elenco de gobernantes de cualquiera de esos países tropicales donde la política es una mera variante del espectáculo. No queda sino reclinarse en el asiento y disfrutar de la función.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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