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La ilusión de una nueva identidad de la Ciudad, sin ilusionismo

Vigo es una ciudad con más de cinco mil años de vida metropolitana, en cuyas piedras quedaron grabados los primeros rasgos identitarios que definen nuestra cultura. Durante un siglo, todos los días, se nos dijo que esta ciudad había nacido en el siglo XIX en el recuerdo de la conserva y el modernismo. Los arcos del Berbés quisieron ser el símbolo de esta Ciudad a la que nunca le dejaron mirar el mar.

Vigo tuvo una identidad urbanística pero en la medida que fue creciendo la perdió. Se hicieron edificios pero no ciudad. Aquí se permitió construir en lugares sin espacios, se levantaron edificios sin diseño como objetos arquitectónicos y sin considerar lo que ya había al lado. Parece como si a los ciudadanos le hubieran robado el carácter del suelo sobre el que caminaban y, además, sin pedirle permiso ni opinión. Por eso la identidad de la ciudad, uno de los principios que también impulsa el desarrollo de los pueblos, no lo marca sólo un Plan Xeral que cumple la legislación, sino la intervención de muchas normas municipales sabiamente elaboradas y consensuadas, desde los colores públicos a los soportes comerciales, desde la reducción del consumo energético a los estímulos del valor de la memoria colectiva.

Medios interesados en la creación de ciudades modernas nos idealizan el Proyecto global de la Ciudad-tipo 2020, a iniciativa de grandes empresas hispanas que apoyan el TTIP. Una ciudad puede lograr los objetivos de calidad 20-20-20, nos dicen: Reducción de un 20% de emisiones, producción de un 20% de energía renovable y mejora de un 20% de la eficiencia energética. Pero en esos cánones de calidad no figura la identidad, tampoco el carácter de la ciudad, ni su herencia histórica, ni los niveles asumibles en cultura y educación. Para esas empresas el modelo de esa nueva ciudad inteligente es diseñar y establecer nuevas medidas tecnológicas para lograr infraestructuras más rentables, mejorando tanto su gestión privada interna, como su interacción con el resto de su entorno urbano. La cultura la recluyen en la Universidad y la diversión social la oscurecen en la noche.

Quizás estemos asistiendo al agotamiento de un modelo que no tiene nada más que ofrecer a esa ciudadanía, desde donde ya se escucha mayoría de opiniones que quieren sustituir el viejo urbanismo neoliberal del ciclo expansivo de la economía que defienden los portavoces políticos del IBEX 35, por otro urbanismo de tipo social. El debate sobre el modelo de esta Ciudad no puede reducirse a un tema consistorial, aislado del entramado ciudadano que es la conciencia de los referentes urbanos de la identidad viguesa. El Plan Xeral es la carta institucional de mayor calado municipal y un acicate en la perspectiva de cambio del nuevo ciclo político que se avecina. Ahora la inteligencia colectiva tiene la palabra.

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