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Dezcállar azul

El G-20 chino

China ha acogido esta semana la reunión de las veinte mayores economías del mundo, en la que España participa como país invitado y gracias. Esta anomalía se la debemos a Aznar, que quería meternos en el G7 y despreció el G20 aunque no había incompatibilidad entre ambos. La idea de entrar en el G7 fue una ambición que se frustró cuando abrir el melón de los participantes planteó el problema de China, que tampoco era miembro y a la que no se podía dejar fuera por razones obvias. Eran los años de amistad entre Aznar y Bush, cuando le invitaba a Camp David y le dejaba fumarse un puro con los pies encima de la mesa... a cambio de su apoyo en Irak.

Pero el mundo cambia a velocidad de vértigo y mientras en 1960 las economías de Estados Unidos, Europa y Japón suponían el 60% del PIB mundial, podían mandar y mandaban, a principios del siglo XXI apenas llegan al 40% y con ese porcentaje mandar resulta más complicado. Por eso hubo que inventar el G20 y nosotros nos quedamos fuera. Cuando nos dimos cuenta pusimos en marcha la maquinaria diplomática para enmendar el error, pero ser admitidos como miembros plenos no fue ya posible porque Bush no quería darle esa alegría a un Rodríguez Zapatero que le había dejado plantado en Irak y animaba a otros a hacer lo mismo, y porque si se nos abría la puerta se colarían también Países Bajos y Egipto, por poner dos ejemplos conocidos. Entonces tuvimos que conformarnos con ser invitados y aún así nos costó mucho y solo lo conseguimos gracias a Sarkozy, que nos prestó una silla que le sobraba al reunir en su persona la representación de Francia y de la Unión Europea. Yo participé activamente en aquella pelea y asistí a aquellas primeras reuniones en Washington y en Pittsburg donde los americanos no paraban de hacernos notar que allí no nos querían. La ironía fue que lo que dijo ZP en el foto le gustó a Bush, y yo puse (con mala idea) en mi despacho de la embajada en Washington una foto de ambos dándose la mano sonrientes que todos los ministros socialistas que pasaban miraban con disgusto, pues parecían pensar que contra Bush vivíamos mejor.

El G20 se ha reunido ahora en la ciudad de Hangzhou, con fábricas paradas para evitar humos y con un largo puente para evitar población, en un clima mundial de rechazo a la globalización y a los tratados multilaterales como el Partenariado del Pacífico (TPP) o del Atlántico (TTIP) y de ascenso de populismos y xenofobias que predican repliegues nacionalistas aldeanos y abominan de todo lo internacional porque ni lo comprenden ni se fían. Ese ambiente es producto de una contracción económica a escala global, a la vez que contribuye a ella. Según el FMI la economía mundial sigue desacelerándose y este año crecerá al 3,1% y el próximo al 3,4%, con el Brexit complicando más las cosas. También el comercio mundial sigue muy débil pues crece solo al 3% que es más o menos la mitad de cómo lo hacía antes de la crisis.

Para poner remedio a estos problemas se ha reunido el G20 con resultados más bien pobres a pesar de la palabrería diplomática que los envuelve, pues apenas se han puesto en marcha la mitad de las medidas acordadas en la reunión de 2014 en Brisbane. Se comparte el diagnóstico de lo que ocurre, pero no hay coincidencia en las medidas que se necesitan por diferencias entre los miembros del club. Así, hay acuerdo en la necesidad de reactivar la economía con un "crecimiento fuerte, global y sostenible", gracias a reformas estructurales y políticas monetarias y fiscales expansivas que frenen el proteccionismo (que aumenta desde 2009 según la OMC), e impulsen un "crecimiento incluyente" para que beneficie a todos y no a unos pocos. Todo muy bonito. Pero ¿cómo? Esto no quiere decir que no se logren cosas, por ejemplo en materia de lucha contra la evasión fiscal mediante una mejora de los intercambios de información, pero el hecho de que el G20 sea un eficaz instrumento de cooperación económica le deja aún muy lejos de convertirlo en sistema eficaz de gobernanza mundial, que es a lo que aspira.

Como siempre ocurre en estas reuniones precocinadas, lo más importante son los encuentros entre los líderes políticos del mundo en un contexto hoy dominado por la crisis, el terrorismo, la guerra en Siria, la tensión en el Mar de China meridional y también en Ucrania. En Hangzhou se ha conseguido un importante éxito diplomático con la ratificación de la Convención de París por parte de los EE UU y China, que son responsables del 40% del calentamiento global, acercando su entrada en vigor. Al mismo tiempo se ha constatado que siguen los desacuerdos entre rusos y americanos sobre cómo lograr un alto el fuego en Siria. No se fían ni se gustan y el lenguaje corporal del encuentro Putin-Obama lo decía muy claro.

El presidente Rajoy ha asistido al G20 pero la prensa solo le ha preguntado por Soria a pesar de estar en China. Al menos sabemos que tenemos ministro de Asuntos Exteriores porque ha acompañado a la reina Sofía a la canonización de Teresa de Calcuta y dice que va a aprovechar el Brexit para hacer una ofensiva diplomática sobre Gibraltar. Así nos va.

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