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La atleta paralímpica Marieke Vervoort, aquejada de una dolorosa enfermedad, ha logrado autorización legal para poner fin a su vida cuando quiera: sin escenas truculentas, sin violencia, sin salpicar ni implicar a nadie. Quizá vuelva a ganar el oro en los 100 lisos (sobre ruedas), quizá no, en los Juegos que empiezan hoy en Río. La proeza olímpica de la superación se duplica, por lo menos, en los Juegos de los discapacitados, pero estos no tienen el mismo glamur. A fin de cuentas venimos de una cultura clásica cuya moral social condenaba la imperfección física (en Esparta, pero no solo allí, a la muerte). Marieke sabrá, pero algo me dice que después de haber ganado las dos grandes batallas de su existencia -ser la más rápida y poder disponer de su vida- no hará uso de su licencia para morir con dignidad; al menos hasta no haber consumido su bien ganado derecho a vivir dignamente.

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