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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

De aborrecido a señor estupendo

Los intentos, hasta ahora frustrados, de acabar políticamente con don Mariano Rajoy me recuerdan aquellas películas cómicas en las que una serie de criminales torpísimos fracasaban sucesivamente en sus proyectos para asesinar a una víctima que, sin pretenderlo, salía con bien de todas las trampas que le ponían. Al respecto, me viene a la memoria una comedia de David Niven, en la que todos los habitantes de una pequeña localidad inglesa conspiran para asesinar al heredero de una rica propiedad que tiene unos proyectos que no convienen a la mayoría de los vecinos. Tarea inútil. Todos los planes fracasan clamorosamente y la pretendida víctima sale siempre con vida de las asechanzas homicidas entre las carcajadas del público.

Pues bien, con don Mariano Rajoy ocurre una cosa parecida. Desde que se convocaron las elecciones generales el 20 de diciembre pasado, todos los intentos para hacerlo desaparecer de la escena política han fracasado estrepitosamente. En aquella ocasión, tenía solo 123 diputados y ninguna posibilidad de formar gobierno pese a ser la minoría mayoritaria. El Rey tenía intención de encargarle ese cometido, pero don Mariano, sabedor de que le esperaba un vapuleo generalizado en el Parlamento, se escabulló hábilmente y pasó la oportunidad al segundo de la lista que resultó ser el secretario general de los socialistas, señor Sánchez, un antiguo jugador de baloncesto que se vio ante la oportunidad de meter la canasta de su vida pese a haber cosechado lo peores resultados electorales que haya alcanzado nunca un dirigente del PSOE. El señor Sánchez tenía la oportunidad de girar hacia su izquierda y pactar con Podemos y otras fuerzas un gabinete de orientación progresista moderada (no hay formaciones revolucionarias en el Parlamento), pero prefirió buscar de socio al líder de Ciudadanos, señor Rivera, que aspira a ser la bisagra sobre la que gire el nuevo sistema político que suceda al bipartidismo.

Los coaligados firmaron un pacto con un protocolo tan solemne que más parecía uno de esos acuerdos de trascendencia histórica que un apaño político transitorio, pero el proyecto naufragó en el Congreso. Tuvo en ese momento el máximo dirigente de Podemos la ocasión de haber apoyado, a los solos efectos de la investidura, la candidatura de Sánchez a la presidencia pero en vez de por la política optó por el teatro y desperdició la jugada que se le ofrecía a dos bandas. De una, descabalgaba para siempre a Rajoy del Gobierno y abría una lucha por la sucesión en el partido y de otra cogía con el pie cambiado a Sánchez y a Rivera y los comprometía a la imprescindible tarea de la regeneración política tomándolos por la palabra.

Al viejo Carrillo, y a cualquier otro político de la vieja escuela, la ocasión se la hubieran pintado calva pero Iglesias no es un político de la vieja escuela y por otra parte ni falta que le hace. De aquel atasco hemos pasado a este otro, con unas segundas elecciones y perspectivas de unas terceras, pero con un Rajoy redivivo que ha rozado la mayoría absoluta en su pacto con Podemos. Todo el mundo dice aborrecer a Rajoy pero Rajoy como el dinosaurio del cuento de Monterroso sigue ahí. Y hasta recibe elogios de Iglesias que alaba su sentido del humor, su retranca y sus habilidades dialécticas. De "señor estupendo" lo calificó.

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