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De vuelta y media

La autovía a Marín que tardó 20 años en llegar

El proyecto inspirado por el propio Franco para conectar los dos puertos comenzó a ejecutarse en 1949, pero no se inauguró hasta 1969 después de múltiples vicisitudes

Las obras públicas en los años 40, 50 y 60 parecían obras de romanos a causa de su tardanza en ejecutarse. A veces, pasaba y pasaba el tiempo, y la obra anhelada no avanzaba; su lentitud resultaba exasperante para todo el mundo. Pero mucho peor era cuando proyectos muy celebrados se eternizaban en su tramitación burocrática y luego se quedaban en papel mojado, porque las necesidades eran muchas y los recursos eran pocos.

En aquel tiempo, Pontevedra sufrió unas cuantas obras de romanos: el Gobierno Civil, el polígono de Campolongo, el Palacio de Justicia, el Ambulatorio de la Seguridad Social, la nueva Estación, el tren al puerto o la autovía a Marín. Todas tardaron una eternidad.

Cuando el mes de agosto tocaba su fin en el año 1969, la autovía de Marín acababa de entrar en funcionamiento tras una inauguración oficial a bombo y platillo en las dos poblaciones. Nada menos que había pasado casi un cuarto de siglo desde la aprobación del proyecto por un Consejo de Ministros.

La medición política y social del tiempo transcurrido en su realización podía valorarse del modo siguiente:

Desde el inicio hasta la terminación, Pontevedra conoció a siete gobernadores civiles (Luís Ponce de León, José Solis Ruíz, Elías Palao Martialay, Alberto Martín Gamero, Rafael Fernández Martínez, José González Sama-García y Ramón Encinas Diéguez) y seis alcaldes (Calixto González Posada, Remigio Hevia Marinas, Juan Argenti Navajas, Prudencio Landín Carrasco, José F. Filgueira Valverde y Ricardo García Borregón).

Cuando la obra empezó a construirse en 1949, la fábrica de Lourizán no existía ni tan siquiera en proyecto, y cuando acabó de ejecutarse en 1969 Celulosas ya había mostrado su peor cara en forma de pestilente mal olor, aunque todavía faltaba por conocerse su incidencia contaminante sobre la ría de Pontevedra.

El proyecto de la autovía a Marín se aprobó en 1945 cuando su autor, Rafael Picó Cañeque, compatibilizaba el cargo de presidente de la Diputación (sin remuneración alguna) con su profesión como ingeniero-director de Obras del Puerto. Y cuando se inauguró ya no desempeñaba ninguna de ambas funciones. Al menos aún vivía para ver la obra convertida en realidad.

Mucha peor fortuna tuvo el contratista adjudicatario, José Malvar Corbal, quien falleció a mediados de los años 50. Entonces su hijo José Malvar Figueroa, conocido por Pin Malvar, se hizo cargo de la conclusión.

Al final, el coste de la obra acabó por triplicarse veinte años después de su inicio, puesto que pasó de menos de ocho millones a más de veinte, aunque el cálculo definitivo nunca se hizo para no alarmar a nadie.

Rafael Picó contó en su momento que había recibido una instrucción directa del propio Franco (mayor "Superioridad", imposible) para la realización del proyecto de conexión directa entre los puertos de Pontevedra y Marín. El jefe del Estado había transmitido su "sugerencia" durante una visita que realizó al corazón mismo de la repoblación forestal en la península del Morrazo a finales de agosto de 1945.

El primer anuncio de la construcción de la autovía tuvo una extraordinaria acogida por parte de ambos municipios, una aceptación jubilosa que reflejó la prensa de la época con notable despliegue tipográfico. La sorpresa del Ayuntamiento de Pontevedra fue mayúscula cuando al iniciarse la obra se encontró con una fuerte oposición localizada en la parroquia de Placeres. Idéntico rechazo se repitió años más tarde contra la fábrica de Celulosas y el tren al puerto, como resulta bien sabido.

El vencidario de Placeres enseguida pasó a la acción y obstaculizó cuanto pudo los primeros trabajos, hasta que sus manifestaciones y protestas fueron literalmente sofocadas por la Guardia Civil. Luego plantaron cara también a las expropiaciones de terrenos en algunos lugares y esas acciones legales retrasaron bastante la inauguración de la autovía, hasta mucho tiempo después de su terminación material.

En términos generales, el grueso de la obra se acabó en 1963, a falta de algunos flecos: la autovía discurría a lo largo de 4.800 metros, entre el puerto de As Corbaceiras y la lonja de Estribela, con dos calzadas de seis metros cada una y dirección única, ambas separadas por una franja ajardinada a base de cipreses

La superación definitiva del último obstáculo sufrido por la autovía en la llamada curva de Placeres retrasó su inauguración seis años más. Para entonces sus calzadas de tierra estaban llenas de profundos baches y su estado general era deplorable.

El tiempo pasado se cobró su factura y hubo que realizar una reforma general con nueva pavimentación. Este trabajo final seguramente fue el único que se hizo con gran rapidez, puesto que las constructoras Malvar y Crespo acometieron el asfaltado completo en solo quince días.

A las siete y media de la tarde del 9 de agosto de 1969 tuvo lugar la inauguración oficial. El gobernador civil, Ramón Encinas Diéguez, cortó la simbólica cinta ante la corporación pontevedresa en la plazoleta de Manuel del Palacio. Luego la comitiva se trasladó por la propia autovía hasta el límite con Marín, donde esperaba la corporación vecina. A continuación se llevó a cabo el acto oficial, con los obligados discursos.

El alcalde pontevedrés, Ricardo García Borregón consideró la inauguración como "un acto trascendental" y su homónimo marinense, Alfonso Martín Suárez, elevó su categoría a "hito histórico". Uno y otro elogiaron el empuje dado a la obra por el gobernador civil, quien concedió todo el mérito al "esfuerzo colectivo del trabajo en equipo".

La nueva autovía únicamente se abrió al tráfico de vehículos ligeros, pero se prohibió el paso de vehículos pesados, que siguieron utilizando la antigua carretera. Al parecer, sus muros no ofrecían una contención segura y su debida consolidación tuvo que esperar bastante tiempo más.

Algunas voces pidieron entonces que la autovía de Marín llevara el nombre de doctor Fleming. Ciudades y pueblos de toda España dedicaron incontables calles y plazas al descubridor de la penicilina. Aquella iniciativa, sin embargo, no cuajó en Pontevedra y el doctor Fleming dispone hoy de un vulgar callejón cegado en A Seca, que no alcanza la categoría de calle. Esa dedicatoria produce sonrojo y no honra en absoluto a tamaña personalidad.

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