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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los retos

A la vista de las cosas que ha dicho el presidente Feijóo en lo que ya se puede considerar -oficiosamente, claro- precampaña electoral gallega, pocos habrá que duden de que su señoría va a por todas. Lo que no es algo nuevo ni incoherente, porque para eso se presenta, pero que confirma que no quiere que se repita aquí el bochornoso espectáculo estatal y que no prevé que, en caso de necesidad, obtenga ayuda alguna en el futuro arco parlamentario.

Es verdad que en esto de la política nadie puede decir "de este agua no beberé", pero por si acaso el candidato del PPdeG ha retado a sus opositores de formas inteligente. No es demasiado audaz, porque sabe que el guante no será recogido tal como, pero le da una iniciativa, que equivale a salir con un par de metros de ventaja añadidos a los de la propia gobernanza y así los que tienen que correr más deprisa y fatigarse antes son los demás.

Y es que al retar a sus adversarios a ponerse de acuerdo en un programa que aporte estabilidad al país en los próximos años sabe bien que hurga en heridas difíciles de cicatrizar, y sobre todo a buscar lo común en un batiburrillo que, si bien empieza a clarificarse un poco, en el fondo no lo entienden del todo ni siquiera sus promotores, ni los de aquí ni los de Madrid. Y que tendrán que actuar con prisa, que es la peor de las consejeras.

No obstante, su señoría es consciente de que parte, en la carrera electoral, con un handicap; que sus adversarios tienen un denominador común que no sirve para gobernar, pero que a pesar de ese "detalle" están dispuestos a explotar: el afán compartido de echar del poder a los populares. Y eso, en Galicia, les ha bastado dos veces para conseguirlo si lo manejan bien.

En todo caso, el sistema democrático actual, que algunos creen obsoleto, da a la ciudadanía la última palabra y la capacidad de sorpresa. Y acaso para prevenirla, el señor Feijóo ha puesto sobre la mesa el segundo de sus retos: o gana, y de ese modo sigue presidiendo el país o deja la política autonómica. Cambiando el atletismo por las cartas, todo, un órdago a la grande.

Ocurre que el mus, como la política y ya ni se diga la gobernanza, encierra riesgos adicionales a los de otras actividades. Y ese segundo desafío del presidente puede -dicho con todo respeto- convertirse en un arma de doble filo. Es cierto que suena a farol, pero conociendo a don Alberto resulta poco probable que lo sea, teniendo en cuenta tentaciones anteriores, pero en todo caso tiene una especie de toque mesiánico que quizá no fuera su intención pero del que sus asesores deberían haberle prevenido. No pierde ventaja, pero le complica un poco la carrera. ¿No?

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