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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Paradojas del paro

Indiferente a la ausencia de un gobierno con mando en el BOE, el paro acaba de caer por debajo de los cuatro millones: cifra que no se recordaba aquí desde el año 2010. Habrá quien atribuya precisamente tan feliz dato a la actual situación de interinidad en La Moncloa, pero tampoco hay que ser injustos. Simplemente, todo lo que sube tiende a bajar, y viceversa.

España había sufrido una descomunal crecida del desempleo entre los años 2007 y 2011, cuando la tasa de parados escaló desde el 8 al 22 por ciento. Ese período coincidió con el principio de la crisis a escala internacional, el estallido de la burbuja inmobiliaria y el Gobierno de aquel Zapatero que usaba su persuasiva voz de barítono para informar a los españoles de que no había crisis alguna. Hasta que llegó la comandante Merkel y le mandó parar el gasto en aceras y meter tijera en los sueldos.

Si la caída -o desplome- del empleo fue entonces más dura aquí que en otros países, parece lógico que la recuperación sea también más rápida. Se trata del efecto rebote o, para ser exactos, la consecuencia de un incremento del Producto Interior Bruto que ahora mismo sitúa a España a la cabeza de las naciones desarrolladas.

Por asombroso que parezca, la economía española creció el pasado año un 3,2 por ciento, frente al 1,7 de Alemania, el 1,2 por ciento de Francia y el 2,3 por ciento de Inglaterra. E incluso superó la pujanza de potencias tan consolidadas como Estados Unidos y Japón, que solo alcanzaron índices del 2,4 y del 0,5 por ciento.

El Gobierno de Rajoy se ha apresurado a atribuirse el mérito de tal logro y, naturalmente, está en su derecho de hacerlo. Contra la fama de gandul que sus adversarios le cuelgan al todavía presidente, lo cierto es que no paró de promulgar decretos y leyes -de recorte, en su mayoría- durante estos últimos cuatro años.

Algo habrá tenido que ver eso con la actual recuperación, desde luego; aunque no es menos verdad que tal éxito se fundamenta en la rebaja de sueldos de los trabajadores y el fomento de la contratación temporal por semanas, días e incluso horas.

A falta de una moneda propia, lo que hizo Rajoy no fue sino devaluar las condiciones del mercado de trabajo por la parte que les toca a los empleados. Así es cómo ha crecido en más de un millón el número de gente con empleo durante los últimos tres años, aun a costa de reducir la cuantía de sus sueldos y hacer más corta la duración de sus contratos.

Mejor un mal trabajo que ninguno, dirán los más optimistas; y acaso no les falte razón. Son las paradojas del trabajo y, sobre todo, del paro: un fluido misterioso tan difícil de entender en su comportamiento como las facturas que nos envían al cobro las compañías eléctricas.

La economía, que se mueve por ciclos bíblicos de vacas gordas y vacas flacas, determina que todos los países del Primer Mundo -excepto Grecia y algún otro- estén saliendo ahora de una crisis de dimensión internacional.

Unos crecen más que otros y, en ese sentido, parece lógico que España lo haga a mayor velocidad después de haberse desplomado como lo hizo tras el reventón de la burbuja del ladrillo. Nada más lógico en un país de extremos como este, que un día le da la mayoría absoluta a Rajoy y al siguiente vota en masa a Pablo Iglesias. Con el paro ocurre lo mismo. Todo lo que sube acaba por bajar: y en general, con parecida rapidez.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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