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Juan José Millás.

Siga usted pensando

Leo con asombro que los amigos del Toro de la Vega reivindican el festejo como parte de su identidad colectiva. Según El País, un funcionario del ayuntamiento, cuyo nombre omito en consideración a su familia, ha llegado a declarar que prohibirlo equivale a tirar abajo un monumento. No precisa a qué llama "monumento" ni si está comparando, por decir algo, la tortura con la catedral de Burgos. La catedral de Burgos es, en efecto, una de las cimas del gótico. Si hubiera manifestaciones a favor de su demolición, deberíamos preocuparnos, pues significaría que la barbarie habría llegado ya a las puertas de nuestros domicilios. Me horrorizaría vivir en un mundo en el que a la gente le hiciera daño la existencia del acueducto de Segovia, por decir otro algo. Y me incomoda que el funcionario aludido más arriba asegure que lo que se pone en juego en el espectáculo de marras es la inteligencia del hombre contra la bravura del toro. Doy por supuesta la bravura del toro, pero dudo de la inteligencia del hombre. He visto en la tele algunas imágenes de la fiesta que no parecían un modelo de agudeza intelectual. Vete a saber si este hombre llama inteligencia a lo mismo que llama monumento.

Lo que aquí ha ocurrido (suponemos nosotros) es que nuestro funcionario municipal se puso a pensar en horas de trabajo (quizá le pagan para eso, para pensar) y se le encendió una luz. Una luz negra, cabría decir, o siniestra, para entendernos. Se dijo: "Ya está: las tradiciones son como las catedrales". Y se quedó tan ancho. Luego le vino a la cabeza el tópico de la identidad colectiva, que está al alcance de cualquiera en las tiendas de Todo a cien, y armó un discurso para la prensa con el que se quedó más contento que unas pascuas. No advirtió en su ceguera que hay zonas de la identidad que es mejor reprimir y, a ser posible, eliminar. ¿Imaginan ustedes a un pederasta defendiendo que su inclinación es sagrada porque forma parte de su identidad? Pues ahí lo tienen.

No se apure usted, querido funcionario. La cultura nace precisamente de la represión de nuestros instintos más bajos: verbi gratia, aquel que nos lleva a torturar sin ton ni son a un pobre astado. Pero no se nos desanime usted, siga pensando.

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