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Joaquín Rábago.

La commedia è finita?

¿Acabó ya la comedia? Aunque habría que hablar en este caso más bien de sainete, un vulgar y aburridísimo sainete que se ha extendido ya demasiado y hace ya mucho tiempo que empezó a cansar al personal.

Los actores, más bien mediocres, sin moverse prácticamente de su sitio, como si temiesen si no defraudar a su propio público y sin pensar en ningún momento en el conjunto de la audiencia.

E incluso uno de ellos, convencido de que debía ser otra vez el ungido, sin dignarse a salir a escena y limitándose a mirar el espectáculo desde el palco en espera de que los otros tiraran finalmente la toalla y le dejaran libre el camino.

Y ahora, en vista de que las cosas han vuelto prácticamente al punto de partida, sin desarrollo de la trama por falta de interacción entre los personajes, toca solo señalar al culpable sin que nadie quiera asumir -es lo habitual entre nosotros- las propias responsabilidades.

Hemos escuchado palabras más bien hueras como "transversalidad" o "mestizaje", como si todo se pudiera reducir a un par de eslóganes, pero así es la política estos días.

¿Quién se molesta en leer los programas de los partidos, si es que por otro lado estos dicen algo más que generalidades, porque se sabe que si alguna vez descienden al detalle, difícilmente van luego a cumplir lo prometido?.

Tenemos desde que empezó la función un hartazgo de mensajitos intercambiados por esas redes sociales que tanto les gustan, de apariciones en tertulias y programas de televisión donde se trata solo de culpar al otro del fracaso colectivo.

Reproches, siempre reproches, mientras algunos medios y obsesivos tertulianos se dedican a emponzoñar aún más el ambiente con informes de incierta procedencia sobre la financiación de alguno de los partidos, al que no parecen querer ver ni en pintura los poderes fácticos.

Han pecado los actores de este sainete bien de ingenuidad, bien de excesiva confianza e incluso de un cierto maquiavelismo de hojalata, según cada caso, y hay también a quien le ha podido y perdido su inmadura arrogancia.

Terminada, a lo que parece, la tan mediocre representación, hay quienes, en el público, parecen empezar a echar de menos el bipartidismo, ese del que nunca quisieron salir los dos partidos que tan cómodamente nos han estado gobernando desde que llegó la democracia.

Es en lo que confía el actor que se quedó en el palco y que no cree que haya que cambiar nada porque todo se hizo bien, y ahora solo queda rematar la faena, como exige Bruselas, con la ayuda del otro partido de siempre, que le serviría para completar esa mayoría que esta vez le falta.

Y mientras tanto, los problemas siguen ahí: los continuos casos de corrupción, el paro que no disminuye, los trabajos, cada vez más precarios, los jóvenes, obligados a emigrar, las leyes que más rechazo social han provocado, en vigor uno no sabe aún por cuánto tiempo, y, para colmo, el Gobierno en funciones negándose en su soberbia a responder ante el nuevo Parlamento.

¡Muchas gracias, señores actores!

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