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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Modales de Pedro y Pablo

Tres meses llevan ya de cortejo Pedro y Pablo o Pablo y Pedro, novios reñidores que un día rompen y al otro vuelven con renovado ardor a un idilio que tal vez acabe en boda. El poder es la dote que los dos obtendrían en caso de matrimonio, lo que da un cierto aire mercantil al romance. Pero no por ello falta el amor, aunque sea de conveniencia.

La pareja que aspira a contraer Gobierno no para de dirigirse las ternuras propias de estos lances. Ya que no cartas furtivas, se envían recaditos por Twitter, intercambian confidencias, dan románticos paseos al atardecer ante las cámaras y hasta han empezado a ofrecerse regalos. Ni siquiera falta un tercero en discordia -de nombre Alberto- que avive el largo noviazgo con el incentivo de los celos.

Todo esto es más normal de lo que parece, si caemos en la cuenta de que la política, como el amor, tiene un fuerte componente de celestineo. La propia Academia lo confirma al definir a la celestina como una persona que promueve de manera más o menos encubierta "contactos con fines políticos, comerciales o de otro tipo".

Si acaso, choca un poco este coqueteo a la antigua que tanto recuerda a los tiempos del rigodón, el miriñaque y otras cortesanías de época. Noviazgos de tan larga duración ya no se estilan en tiempos del Speed Dating, técnica anteriormente conocida en España por el más castizo nombre de aquí te pillo y aquí te mato.

Tampoco es ya habitual el intercambio de requiebros y regalos, salvo que sean de cierto nivel. Y no es el caso. Ninguna novia o novio como Dios manda aceptaría de su pretendiente un tratado de baloncesto, que es el obsequio ofrecido por Pablo a Pedro tras su último -y quizá definitivo- intento de reconciliación; pero esas son anécdotas de poco relieve cuando lo que está en juego es el poder.

Otra cosa es que los modales un tanto jabonosos empleados por la pareja recuerden más de lo conveniente a los que Molière satirizó en su pieza "Las preciosas ridículas". "El estilo precioso no solo ha infestado París, sino que se ha extendido por las provincias y nuestras ridículas doncellas han absorbido su buena dosis", hacía decir el teatrero francés a La Grange, el personaje central de la obra.

Gran crítico de costumbres, Molière hizo chanza del estilo afectado que adoptaban las señoritas de París en su búsqueda de maridos cultos y elocuentes. Para ello recurrió a un par de pijas de la época -hablamos del siglo XVII- que se reían de los toscos hábitos burgueses de su padre y exigían todo un manual de galanteo adornado de mensajitos, dulces dedicatorias, delicadas atenciones y paseos románticos.

Extraña, a lo sumo, que estas costumbres hayan sido rescatadas por Pedro y Pablo, líderes de dos partidos que aspiran a inaugurar con su boda política un nuevo tiempo de cambio y modernidad. Quizá tantos paseos y sesiones prenupciales de fotos acaben por cargar un poco al público que sigue esta telenovela de guion venezolano, lo que sería poco oportuno en el caso de que el flirteo naufragase y tuvieran que someterse de nuevo al escrutinio de los electores.

"Se regresa de cualquier parte, excepto del ridículo", solía decir el general y presidente argentino Perón, que algo sabía de populismos. Ocupados como están en la teatralización de su idilio, no parece que Pedro y Pablo tomasen nota de ese riesgo; pero tampoco importa. Si al final hay boda, nadie se acordará del noviazgo.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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