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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

España se suicida, pero poco

Coinciden la ultraizquierda y la ultraderecha en que España es un país al borde de la catástrofe donde lo mejor que puede hacer uno es quitarse la vida. El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha venido a darles la razón al constatar que el suicidio es ya la primera causa de muerte no natural, muy por encima de los accidentes de tráfico y de los poco más de trescientos homicidios que se registran al año.

Casi 4.000 españoles decidieron borrarse del censo por ese expeditivo método según la última contabilidad del INE. La cifra duplica a la de muertos en la carretera, que no ha parado de bajar desde que se ideó el carné de conducir por puntos en el año 2007, con resultados lo bastante felices como para reducir de 3.800 a solo 1.870 el número de cadáveres producidos por el tráfico automovilístico.

Podría discutirse, si acaso, el concepto de muerte "no natural" que utilizan los contables del Estado. Cuando uno se ahorca, se pega un tiro o ingiere un montón de pastillas con el propósito de suicidarse, lo natural es que muera; pero tampoco vamos a entrar en estas cuestiones de detalle.

Aun asumiendo que se trata de una muerte no natural, o artificial si se quiere, lo cierto es que el suicidio ha pasado a ser la primera causa de defunción en España, una vez excluidas las que se derivan de una enfermedad.

El dato lo interpretan ya algunos sociólogos como consecuencia lógica e inevitable de la crisis económica que tan grande cosecha de parados trajo a este país. Y quizá estemos a solo cinco minutos de que Podemos, Izquierda Unida o cualquier otro partido antisistema vincule esta crecida de suicidios a los desahucios que perpetran sin piedad los bancos. E incluso los caseros sin escrúpulos.

Tampoco hay por qué exagerar. El número de suicidios viene creciendo, en realidad, desde que el Estado comenzó a contarlos por medio del INE en fecha tan reciente como el año 1980. Si entonces eran apenas 1.650 los suicidas, la cifra se ha triplicado en poco más de tres décadas, coincidiendo paradójicamente con el incremento del nivel de vida de los españoles. Puestos a incurrir en simplezas, podría deducirse de esto que el dinero no da la felicidad; pero tal vez se trate de otra cosa.

Puede que aquí nos ocurra lo mismo que a Suecia, país que gastaba la triste fama de ser uno de los que mayor número de suicidios registra en el mundo a pesar de su confortable vida socialdemócrata. Luego supimos que no es que los suecos tengan más suicidas, sino mejores estadísticas. Es natural. En Burkina-Faso o en Tanzania, por ejemplo, es bien sabido que las autoridades no disponen de tiempo ni medios para llevar la cuenta de suicidios, preocupadas como están por evitar que la población se les muera por causas de las llamadas naturales.

Entre los que sí ofrecen ciertas garantías de contabilidad, el récord mundial de suicidios lo detenta Lituania, seguida por Bielorrusia, Rusia, Hungría y la mayor parte de los antiguos países en la órbita de la Unión Soviética. De ello podría deducirse que el mal clima -meteorológico o político- es la verdadera causa de que la gente decida abandonar voluntariamente este mundo; aunque tampoco hay razón para asegurarlo.

Lo único cierto, estadísticamente, es que España ocupa un tranquilizador puesto 54º en el concierto de las naciones más propensas al suicidio. Nos suicidamos cada vez más, eso sí; pero todavía poco.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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