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Estatuas

Vigo no se caracteriza precisamente por la proliferación de estatuas de sus próceres, pero entre las que hay destaca significativamente la de D. José Elduayen, que a su suntuosidad une un halo de inquietud por el movimiento, llevándole desde su primitiva ubicación en A Laxe y pasando por la zona del Náutico hasta su actual emplazamiento en el corazón de los jardines de Montero Ríos. Y ahí, a instancias de un buen amigo, rendí visita para observar que a ras de suelo, frente al magnífico monumento, hay una pequeña placa informativa que, prácticamente ilegible, pide a gritos se le cambie por otra de mayor tamaño y colocada en lugar idóneo.

Y mientras contemplaba este soluble fallo, como si se pusiese en marcha un caleidoscopio, mi mente vio desfilar un rosario de las aportaciones que Elduayen hizo a Vigo, poniendo el listón a una altura difícilmente alcanzable, porque a este ingeniero madrileño, que fue diputado por Vigo y ministro en varios gobiernos, debe nuestra ciudad la llegada del ferrocarril, la demolición de las murallas, la construcción de muelles, el relleno que hoy acoge la Plaza de Compostela, el ensanche con calles tan esenciales como Policarpo Sanz, García Barbón y Colón el Hospital Municipal y la capilla de Pereiró, donde reposan sus restos mortales. No en vano se dijo a su fallecimiento que España había perdido a uno de sus más ilustres hombres y Vigo a su principal genio protector.

Al margen de estas irrefutables realidades, el pícaro duende que todos llevamos dentro me hizo evocar una curiosa anécdota que he oído contar y a cuya credibilidad opongo, al menos, la duda. Se dice que D. Antonio Cánovas del Castillo encargo a D. José Elduayen que consiguiese que se ausentase una alegre damisela que estaba interfiriendo peligrosamente en la vida privada del soberano. No sin esfuerzo, Elduayen logró su objetivo, sin sospechas de futuras repercusiones, porque cuando D. Antonio Cánovas del Castillo sometió a la aprobación del Rey la lista de los ministros de su gobierno, el Monarca, sin comentario alguno, tachó el nombre de José Elduayen. Cánovas se dirigió a Su Majestad diciendo que, naturalmente, acataba su decisión, pero que sin D. José tampoco habría D Antonio. Pelillos a la mar. El Gobierno se formó con Elduayen como ministro.

Otra emblemática estatua viguesa es la de D. Casto Méndez Núñez, ubicada en la Plaza de Compostela y muy visitada por los turistas que acercan los grandes cruceros. En el pedestal hay una placa que recoge la célebre frase de "Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra", pero se echa de menos alguna pincelada sobre la apretada y exitosa carrera profesional de ese insigne vigués que dejó su impronta en Roma, América y Filipinas. Podría decirse que en esas lejanas islas Méndez Núñez, de forma pionera, puso en práctica la acción bélica del desembarco y que, con las salvedades que sean necesarias, podría alinearse con el de los aliados en Normandía.

D. Casto vivió solo 45 años y de forma tan intensa que me permito asignarle una profunda frase que en más de una ocasión oí a un nieto mío: "Lamentable no es morirse, lo lamentable es no haber vivido lo suficiente". Fue enterrado en Pontevedra y cinco años más tarde sus restos se trasladaron al panteón familiar, en Moaña, hasta que, en una visita de Alfonso XII, el Rey decretó que aquellos restos dijeran adiós a las ondas do mar de Vigo que cantó Martin Codax y se depositaran en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz).

Dos ornamentales ejemplos, plausibles en forma y fondo, que invitan a que se erradique la moda de inscripciones que recuerdan sangrientos hechos de origen político, rehusando la reconciliación y exacerbando el odio entre generaciones totalmente ajenas a aquellos hechos . Bienvenidas, pues, las estatuas que certifican reconocimientos y son elementos de decoración en el paisaje urbano.

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