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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Cómo curar a un terrorista

El terrorismo es una enfermedad mental susceptible de curación que, como cualquier otra, requiere tan solo el tratamiento apropiado. Una buena ración de música, de vino, de sexo y de humor podría ser suficiente, por ejemplo, para devolver la cordura a los trastornados por Dios y/o la Patria. Como los que estos días han llenado de sangre y angustia la capital de la Unión Europea.

Los devotos de Lenin sostienen que el terrorismo -que en su jerga denominan "lucha armada"- es la respuesta natural de los pobres de la Tierra a los capitalistas que los oprimen. Parecería una explicación razonable, de no ser porque los actuales combatientes de Alá están acunados por regímenes tan opulentos como los que nadan en petróleo; y, a mayores, dicen hacer lo que hacen en nombre de su religión. De la pobreza ni hablan.

Sería más útil, por tanto, identificar los motivos que llevan a estos dementes a colocar bombas en los trenes de cercanías de Madrid, en el metro de Londres y Bruselas o en las terrazas y discotecas de París. Por asombrosa que parezca, la única explicación es que son enemigos de los placeres de este mundo.

Los talibanes de Afganistán, pongamos por caso, llevaron su persecución de todos los gozos al extremo de prohibir no sólo la bebida, sino también la música, el cine y otros corruptos esparcimientos de origen occidental e imperialista. Por no hablar ya de las 28 naciones en las que se mantiene todavía la costumbre de extirpar el clítoris a las niñas para que de mayores no se den al pendoneo. La lucha contra el pecado y el deleite en general no tiene límites para estos hirsutos soldados del Altísimo.

Más estrictos aún que sus colegas afganos, los terroristas del Estado Islámico arrojan a los homosexuales desde las azoteas, queman o entierran vivos a sus prisioneros, venden a las mujeres como esclavas y hasta han recuperado la vieja costumbre de la crucifixión.

Contra gente tan tronada como esta no resulta del todo útil la vía militar que las potencias occidentales -Rusia incluida- han ensayado hasta el momento con sus bombardeos sobre el nido de la serpiente. Quizás fuese más eficaz el recurso a los métodos de la psiquiatría.

Una vez identificados los orígenes teológicos del trastorno, la terapia podría comenzar con una dosis de esa música que tanto irrita a los talibanes del Daesh. Unas gotas de Bach, algo de Beethoven y dos o tres compases del Imagine en el que John Lennon suspiraba por un mundo sin religiones ni patrias ayudarían, tal vez, a amansar a las fieras del Estado Islámico.

El tratamiento se completaría con unas cuantas lecciones de educación sexual, tan necesaria y benéfica para estos terroristas irritados por lo poco que fornican. En cuanto se les convenza de que el Ser Supremo no va a compensarles en el paraíso los goces que no hayan disfrutado aquí, quizá renuncien a inmolarse en la creencia algo exagerada de que les esperan varias decenas de mozas en el Más Allá.

Si a eso le sumamos el aprendizaje del humor, que tanto desprecian los partidarios de la solemnidad del burro, quedaría tal vez alguna esperanza de que no insistan en matarnos a los infieles por el mero hecho de querer pasarlo bien en este mundo. No es seguro que la terapia funcione, pero por intentarlo?

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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