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Matías Vallés.

Vivir al margen de un millón

Vivir al margen de un millón no es lo mismo que vivir con un millón al margen. La segunda expresión define a los numerosos patriotas que prefirieron vivir la relajada legislación fiscal suiza en lugar de la española. Su burla al contribuyente adquiere un perfil infamante, cuando pretenden endosarle la primera mitad del enunciado. Estos potentados argumentan que se trataba de un depósito marginal, sin valor de cambio, al que prácticamente habían perdido la pista dados sus infatigables quehaceres. Los grandes linajes con fortunas proporcionales en Suiza pretenden que vivían su rutina cotidiana despreocupados de la evolución de sus millones. Esta presunción aspira a colocarlos por encima de la experiencia humana, una distinción que figura entre los alicientes inconfesables del evasor.

España entera rio de buena gana con la peripecia del suegro de Francisco Granados, una escena digna de Paco Martínez Soria. Al descubrirse un maletín con un millón de euros en un altillo de la casa del familiar del líder del PP, el agraciado desvió la responsabilidad a trabajadores de Ikea que habían instalado un armario, hacia fontaneros y demás operarios con acceso a una vivienda. Los profesionales de estos sectores transportan a menudo cantidades millonarias, por lo que se habría producido un descuido en el altillo de los hermanos Marx. Sin embargo, interesa más la reacción de los espectadores. Por encima de las chanzas, se le negaba al padre político de un encarcelado la opción de desentenderse de una cantidad equivalente al salario medio de un español durante toda su existencia. Esta frivolidad parecía inadmisible, una falta de respeto al sagrado dinero. Sin embargo, a continuación se muestra comprensión hacia los opulentos que habían olvidado unos millones en el Credit Suisse, en qué estarían ellos pensando.

Las grandes fortunas españolas en Suiza ostentan linajes como Botín, Borbón y Pujol, sin olvidar a Bárcenas cuando habla de "mi pensión de jubilación". Al ser sorprendidos, nunca a raíz de un reconocimiento voluntario, transmiten la impresión de que ignoraban los centenares de millones que tenían arrinconados en un cantón. La oronda cuenta corriente era un cachivache polvoriento en un desván, de nuevo la maleta del suegro de Granados. Ante este desprecio culpable a la dignidad del dinero, cabe aclarar que los múltiplos de un millón de euros exigen una dedicación absoluta. La desproporción de esa fortuna aconseja un recuento diario, como el acometido por Harpagón en El avaro de Molière. El destierro de cantidades de tal magnitud se sufre como la partida de un hijo, en busca de horizontes más prometedores.

La plebe ruidosa no valora en su justa medida la angustia de una persona que guarda millones de euros a miles de kilómetros de distancia. Los evasores no ayudan a concienciar a la ciudadanía, al relativizar las tribulaciones que no tributaciones que les ocasiona la separación. La ansiedad periódica que asalta al inversor en Suiza, por si se registrara un temblor de tierra que se tragara al país alpino, o si el Estado Islámico plantara su bandera negra en Ginebra. Un millón de euros, y alguno de los patriotas españoles superan los mil millones en depósitos, controla a sus propietarios. Domina su existencia y hasta su respiración, sin necesidad de haber leído a Marx ni a su profeta Piketty.

Sería interesante publicar la periodicidad de las consultas bancarias efectuadas por quienes han tenido la previsión de depositar sus millones en Suiza. Sin necesidad de desvelar las identidades de las personas asociadas, se reforzaría la conclusión de que las sumas evadidas no les conceden un minuto de tregua. El dinero es tan exigente como la felicidad que lleva asociada, obliga a más atenciones que un amante secreto. Estas contrapartidas se escapan a los seres frívolos que no han padecido la experiencia de ocultar diez millones de euros. Es peligroso de hecho insistir en las obligaciones contraídas por los emigrantes fiscales a Suiza, porque disuadirían a quienes están decididos a realizar el esfuerzo pertinente.

Por suerte, la inmensa mayoría de evasores atribuyen su conducta a una preocupación exacerbada por sus familiares, otro privilegio que por lo visto no alcanza a las clases contribuyentes. Es un factor adicional para no subestimar la tensión que se han visto obligados a soportar y ahora a disimular, separados de su posesión más preciada. Si publicitaran este sacrificio, lograrían el perdón eterno sin necesidad de las honrosas regularizaciones a cargo de un Gobierno amigo.

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