En la segunda mitad del siglo XVI el concilio de Trento hace una llamada a los artistas, para contribuir a realizar imágenes religiosas accesibles a todos, que conmuevan y persuadan al pueblo. Cuatro siglos después, en la segunda mitad del siglo XX, el concilio Vaticano II en su deseo de acercarse a otras iglesias cristianas defiende la necesidad de prescindir de parte de la abundante imaginería que acogian nuestros templos.

Esto coincide también con los cambios que se estaban dando en la manera de concebir la nueva arquitectura religiosa, ejemplo de ello, es la capilla de Notre Dame de Ronchamp que proyecta el arquitecto Le Corbusier en 1950 y que va alterar la tipologia habitual de la iglesias. Este nuevo modelo de templo exige en el interior, para mantener la coherencia con el exterior, una simplicación de los programas iconográficos no solo en cuanto a número sino también desde el punto de vista formal. Se tendió entonces a reducir el número de imágenes en detrimento de los santos y adaptarlas, con cierta moderación, a los nuevas tendencias artísticas.

La imagen de Cristo en la cruz se convirtió en la más demandada para presidir los ábsides desnudos de los nuevos templos o de los reformados. El auge de esta demanda llevo a todo tipo de versiones e interpretaciones, no todas acertadas, por parte de nuevos escultores que van desterrando al tradicional imaginero.

En Ourense en los años sesenta los barrios periféricos de la ciudad experimentan un crecimiento urbanístico considerable que exige la construcción de nuevos lugares de culto, así, se levantarían unos templos anodinos pero en lo que no faltara la imagen de Cristo en la cruz. En este ambiente va a ser donde el escultor Acisclo Manzano inicie una de las facetas más interesantes de su amplia obra: los cristos, los famosos cristos de Acisclo. El mismo estima que en la actualidad superan el millar. Pues, a lo largo de su dilatada carrera artística nunca dejó de trabajar en esta faceta de su obra, lo que nos permite apreciar en el amplio repertorio diferentes estilos, tamaños y materiales. No obstante son los cristos que esculpió en la década de los sesenta para varias iglesias ourensanas los que más gozan del favor del público, a pesar de las reticencias de las autoridades eclesiásticas del momento, que en más de una ocasión obligaron a sacar la obra de su lugar de origen.

El éxito de Acisclo con estos cristos, que se alejan de la figuración y de los cánones tradicionales a los que los feligreses estaban acostumbrados, se debe a saber trazar los límites precisos entre el realismo y la abstracción y lo terrenal y lo divino, todo coincidiendo con un proceso de experimentación todavía en los primeros estadios de su formación.

En 1958 el escultor realiza su primer Cristo, que copió de un cartel de Semana Santa. Este mismo año realiza para el altar mayor de la iglesia de la Inmaculada de Montealegre una Crucifixión más dos imágenes, una de San Juan y otra de la Virgen, todas de gran tamaño. Son figuras muy estilizadas, de trazos muy angulosos y muy hieráticas.

El Cristo de la capilla de Las Nieves de la catedral, inicialmente no fue pensado para ser colocado en ese lugar sino en Os Peares. Esculpido en madera de nogal tratada en gráfico negro, carece de cruz y es una de las piezas de mayor interés dentro de la escultura religiosa gallega del siglo XX. La parroquia de Santa Teresita también contó con un Cristo de Acisclo que se completaba con un mural de José Luis de Dios.

El Cristo de Vales (Cea) difiere de sus contemporáneos en que reduce el canón y alarga aún más las extremidades superiores. Este, aunque fue fruto de las prisas, nos permite abordar como el artista se libera de ataduras para buscar la esencia y hacerlo a través de la materia: dos viejas vigas de la propia iglesia.

Acisclo Manzano trabajó con el escultor Buciños en varios cristos. Esculpían a la vez y resultado de esa colaboración son las imágenes de las iglesias de San Pío X, de Villar de Barrio, hoy en la capilla de Laias, y algún otro. Todos ellos disfrutan de la interesante originalidad de deberse simultáneamente a dos de nuestros escultores de referencia.

Ya en la década de los noventa, Acisclo realiza para la exposición de Galicia no Tempo un gran relieve de aluminio fundido y pintado en azules y negros, que fue colocado en el exterior de la torre de la catedral. Allí permaneció largo tiempo para luego ser trasladado al auditorio a la espera de un lugar definitivo. Estilísticamente se aparta del expresionismo de los anteriores acercándose más a la abstracción con sus trazos relampagueantes, casi agresivos, que trazan la imagen desmayada del Redentor pendiendo de una cruz imaginada.

Este capítulo inconcluso de la obra del escultor, al margen de las consideraciones formales ya esbozadas, supone un documento para conocer el importante cambio que comenzó a fraguarse en los años sesenta del siglo pasado, no solo referente a la iconografía religiosa sino también al cambio de mentalidad que se estaba dando en la sociedad.

(*)Doctora de Historia del Arte, catedrática de Secundaria