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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

La peligrosa energía nuclear

Cinco años después de la catástrofe nuclear de Fukushima (Japón) y treinta después de la de Chernóbil (Ucrania), en los medios se ha vuelto a plantear el riesgo de optar por esta clase de energía. En el primer caso, el detonante de la tragedia fue el embate de un tsunami que impulsó olas de más de 15 metros sobre la zona de la costa japonesa donde se ubicaba la central propiedad de Tepco. Y en el segundo, el incendio en uno de los reactores por causa de una prueba de resistencia mal desarrollada. Es decir, en Fukushima un accidente natural y en Chernóbil un fallo humano.

Las consecuencias fueron terribles, y aparte del coste en vidas humanas y en enfermedades, sus efectos están todavía por establecer como definitivos, ya que las secuelas de la radioactividad pueden durar 100.000 años. Y por milagro no fueron todavía peores ya que si el incendio de Chernóbil hubiera alcanzado a otro reactor ahora mismo Europa sería un territorio inhabitable. Más o menos lo mismo que pudo ocurrir en Japón donde el gobierno barajó la eventualidad de desplazar a todos los habitantes del área de Tokio, unos 50 millones de personas.

La dimensión apocalíptica de estas tragedias hizo reflexionar a algunos dirigentes políticos, en especial a la canciller alemana, señora Merkel, que ordenó el cierre de todas las centrales nucleares existentes en su país así como de los proyectos para construirlas.

Bien, todos estos datos y muchos más están a disposición de quien quiera consultarlos en libros, enciclopedias e internet, pero me temo que no agiten las conciencias hasta que ocurra una nueva tragedia, porque la gente prefiere no verle las orejas al lobo hasta que el lobo no haya entrado en casa para comerse a la abuelita y a todos los que acudan a visitarla.

Por suerte, aún quedan personas con una cierta capacidad de influencia social que han tomado conciencia de los peligros que para la humanidad representa la energía atómica y sobre la conveniencia de restringir su uso. Como el político japonés Naoto Kan, que era jefe del gobierno cuando se produjo el accidente de Fukushima. El señor Kan era un acérrimo defensor de las centrales nucleares para resolver las necesidades energéticas de su país, pero al observar las dimensiones de la tragedia se apeó del error y ahora se ha convertido a la causa de quienes proponen la utilización de energías limpias.

"Antes del 11 de marzo creía que Japón nunca pasaría por algo como lo de Chernóbil -manifestó- y ponía todos mis esfuerzos en vender las bondades de las centrales japonesas a otros países. Después de aquello, tomé conciencia y ahora pienso que todas las centrales deberían cerrarse y haré todo lo que esté en mi mano para que eso suceda". Una tarea difícil porque el lobby nuclear, igual que el lobby armamentístico, dispone de importantes terminales propagandísticas y a poco que la ciudadanía se vaya olvidando del problema volverá a cantarle al oído las supuestas bondades de un recurso energético barato y abundante.

Dejó dicho Albert Einstein, que tanto nos previno sobre el peligro de las armas nucleares, que "la preocupación por el hombre y su destino debe constituir siempre el interés principal de todo empeño técnico".

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