Como de costumbre, en la pasada celebración del Día internacional de la Mujer hemos asistido al rito de insistir en lo obvio. Y en lo absurdo. En esta última categoría entra -es mi políticamente incorrecta opinión- la reivindicación de las feministas de la CUP al considerarse "las nietas de las brujas que no pudieron quemar" en palabras de Anna Gabriel. Lo peor es que se lo creen. A lo que hay que añadir actualmente un suplicio aún más cruel y refinado: las insultan en las redes sociales por su estética. Ya puestas a desbarrar, mejor que se reclamen descendientas de las valkirias, que no andaban en plan Drama Queens ni se dejaban quemar impunemente.

Meigas fora, Cervantes trazó algún rasgo de las brujas en El coloquio de los perros y no las dejó en buen lugar. Más que las brujas me interesan las hadas -habelas hailas- y las mujeres que construyen el mundo acompasadamente con los hombres. Brujerías y gilipolleces, las mínimas.

Sólidas cabezas

Desde Hipatia de Alejandría a Maryam Mirzakhani (medalla Fields, 2014) la nómina de extraordinarias científicas y matemáticas es considerable y, modestia aparte, algo contribuí a rescatar a más de una del relativo olvido en que las tenían incluso las feministas. Hasta que mencioné, hace muchos años, el papel de Mileva Maric en tanto colaboradora ocultada de la incipiente obra de su marido -primera mujer de Einstein- no había traza de ella en la prensa gallega.

En Poincaré, el último sabio universal (6/12/2012) rescaté para el público (cosa distinta son los especialistas) a Sofía Kowalevski/ Kovalevskaya (1850-1891) de rica e intensa vida. El matemático sueco Gösta Mittag-Leffler fundó la revista Acta Matematica que pronto alcanzó reputación mundial. En ella publicaron, entre otras firmas, Poincaré, Hermite, Weierstrass, Cantor y la anarco-nihilista rusa Sofía Kowalevski que llegaría a catedrática en Estocolmo. Kowalevski fue la primera mujer en doctorarse en matemáticas en Alemania (in absentia), bajo la dirección de Weierstrass, y la segunda en el mundo (precedida por María Gaetana Agnesi, siglo XVIII, Bolonia).

En Dudas respecto a Einstein (28/03/2010) resalté el papel de Emmy Noether (1882-1935) cuyo famoso teorema, en aquel momento sin publicar, le sirvió a David Hilbert en el paper más importante de la Relatividad General. Por entonces, a Noether, por ser mujer, no le concedían la habilitación para poder enseñar en Alemania. Hilbert, que había sido su director de tesis, se enfrentó con todo el estamento universitario con elocuencia y coraje: "¿Por qué vamos a discriminar por géneros y no admitir profesoras de matemáticas? Ustedes confunden la Universidad con los lavabos de caballeros".

Entre las mujeres que han destacado en ciencias o matemáticas las que concitan mi mayor simpatía son Lise Meitner (1878-1968) -judía, como Emmy Noether- y Dame Mary Cartwright (1900-1998) Meitner, concluido el doctorado en física, fue la primera mujer que Max Planck aceptó en su seminario. En esa época comenzó a colaborar con el químico Otto Hahn que recibiría el Nobel de Química, en 1944, por trabajos cuyo mérito fue menos suyo que de Meitner. Pero, exiliada en Suecia, su gran mérito fue haber rechazado participar en la fabricación de la bomba atómica de cuya ciencia básica era, junto con Fermi, reconocida eminencia. En cuanto a Cartwright, la admiración viene de mi estudiosa juventud, en una época en la que me interesó la Teoría del caos campo matemático en el que fue pionera.

Maruja Mallo, Fondation France-Chine.

Mujeres pintoras

Aunque espontáneamente tendamos a pensar -por puro lugar común- que el arte es un terreno más acorde con la sensibilidad femenina que el de las ciencias duras la realidad muestra que a las mujeres les ha costado mucho abrirse camino en pintura.

Hubo que esperar a la década de los años setenta del pasado siglo para encontrar sólidos y abundantes estudios académicos respecto al papel de las mujeres en la Historia del Arte aunque se sabía que habían contribuido desde la Antigüedad, destacando en la Edad Media en composición de maravillosos manuscritos ilustrados y miniaturas. Durante el Renacimiento, el despegue del talento pictórico femenino fue espectacular. Numerosos pintores -por ejemplo, El Veronés y Tintoretto- tuvieron hijas talentosas, colaboradoras principales, pero nunca se sabrá su verdadero papel toda vez que los reglamentos de las corporaciones no permitían acceder a las mujeres al status de maestro para dirigir oficialmente un taller.

Obviamente, no puedo aquí sintetizar la contribución de las mujeres a la historia de la pintura pero me detendré brevemente en dos de ellas: Élisabeth Vigée-Le Brun (1755-1842) y Maruja Mallo (1902-1995)

Maruja Mallo

Maruja Mallo es la única mujer pintora en la historia del surrealismo -con Remedios Varo, artísticamente muy inferior- que además domina cualitativamente a colegas injustamente más reputados. Desgraciadamente, mientras la Xunta no le dedique un museo -en Gaiás, por ejemplo- que englobe lo más granado de su obra no le llegará el reconocimiento. Eso y recentralizar en Galicia el poder usurpado por cierta crítica madrileña. Es inaudito que los dos mejores pinceles de Galicia -Maruja Mallo y Álvarez de Sotomayor- no tengan museo propio.

Sucede que Maruja Mallo era más que pintora. Tenía una percepción futurista plenamente certera si bien en Galicia está marginada por no ser nacionalista (otro rasgo que comparte con Sotomayor) La fotografía del cuadro (1930, 113x114 centímetros, óleo sobre lienzo, Fondation France-Chine) que ilustra el artículo es una alegoría surrealista extraordinariamente premonitoria de China imaginada por la artista de Viveiro.

Mallo acostumbraba a repetir elementos icónicos en sus cuadros y es el caso en este, dominado por tonos en azulino galaico cuando ya había renunciado a la intensidad colorista de las primeras verbenas y carruseles. Lo inexplicable es una especie de bandera gallega que figura en la parte superior izquierda con un rombo rojo en el centro. Se han propuesto varias conjeturas pero no creo que ninguna pueda relacionarse con el galleguismo de la pintora -como pretendía Isaac Díaz Pardo- habida cuenta que ni siquiera fue regionalista a pesar de algún artículo que le publicó La Vanguardia en plena Guerra Civil (Relato veraz de la realidad de Galicia 21/08/ 1938). Díaz Pardo, Laxeiro y Oroza -también natural de Viveiro- que la trataron mucho dieron versiones parecidas pero no coincidentes de esa bandera que parece una simbiosis de la de Galicia y la de Pontevedra.

Sorprende el profundo conocimiento de la simbología china y la genial estrategia para proyectar el futuro grandioso del país como el eco de las palabras atribuidas a Napoleon (Cuando China despierte?). Los dos principales personajes del cuadro son el cerdo, en la derecha, y el joven príncipe (o mandarín) en el centro, en primer plano, que simboliza el futuro poder de China (vista bajo una perspectiva increíblemente lúcida en esa época) frente a sus vecinos. El Islam, personaje con turbante a la izquierda; la India, representada por un personaje obscuro, de poca importancia en ese momento, en segundo plano; la poderosa Rusia soviética simbolizada de forma surrealista por el gran personaje, especie de pope con gran barba, pero gris y bocazas.

Los chinos, como los gallegos, siempre han estado fascinados por la fuerza y fertilidad de los jabalíes y han intentado aprovecharla. En China, los cerdos significan riqueza, un capital seguro. Se le atribuye el poder de atraer suerte y prosperidad. El cerdo del cuadro porta, puro surrealismo, una especie de pañoleta roja y amarilla alrededor del cuello. El color rojo posee para los chinos una connotación muy positiva. El amarillo era el color del emperador y se le asociaban valores en consonancia: autoridad, poder, riqueza, buenas cosechas. El joven príncipe, por las mismas razones, viste un cinturón rojo y oro.

Por otra parte, el número 8 en China es indicativo de buen presagio o prosperidad futura. La cifra 8 se obtiene adicionado los 8 elementos fundamentales del cuadro: el cerdo, el príncipe, el personaje con turbante, las tres mujeres, el personaje representando la India y el que simboliza la Rusia soviética. La cifra 3 -representada en el cuadro por las tres mujeres centrales- simboliza la unión del cielo, de la tierra y del ser humano. Las tres mujeres -que parecen atadas o pegadas entre ellas- se relacionan con las tres antiguas piezas de moneda que atraían la riqueza. La mujer que se encuentra en el medio porta una diadema roja y oro como el cerdo y el príncipe.

Otro elemento fundamental del surrealismo premonitorio de la obra viene dado por la composición que sitúa en los extremos, en plena oposición, el personaje con turbante y el cerdo: simbolizan la incompatibilidad entre la tradición china y el Islam. El personaje con turbante al no mostrar el rostro, dando la espalda, se excluye del cuadro y de la cultura china tributaria del cerdo y de la riqueza que engendra.

Sigue asombrándonos la perspicacia y la profundidad de análisis de Maruja Mallo en relación con el lugar relativamente modesto que ocupa en la pintura española e incluso en la gallega.

Vigée-Le Brun y Simone de Beauvoir

Formada por su padre, Louis Vigée, Élisabeth Vigée-Le Brun fue una excepcional retratista (660 retratos de un total de 900 obras) comparable en su tiempo a Quentin de la Tour. Su carrera fue fulgurante, reclamada por casi todas las cortes europeas. No obstante, después de su muerte fue completamente marginada por militante aristocrática y royaliste. Su nombre ni siquiera aparece en el Grand Larousse ilustrado, edición 1970. La peor crítica vino de Simone de Beauvoir que, en Le Deuxième Sexe, le reprochó la ostentación pictórica de la maternidad sonriente y feliz. Es bien sabido, De Beauvoir no tuvo hijos. Creo que tuvo una gata. Mi amigo, ya fallecido, el escritor Jean-Edern Hallier cofundador y director del periódico L'idiot international -patrocinado por Simone de Beauvoir en el lanzamiento- solía meter faltas de ortografía en los artículos, lo que exasperaba a la patrocinadora. Jean-Edern se la sacaba de encima argumentando que una publicación sin faltas ortográficas sería propia de la burguesía elitista. De Beauvoir, víctima de un izquierdismo intelectualmente paralizante, cedía.

Finalmente, una retrospectiva (septiembre 2015, enero 2016) en el Grand Palais de Paris ha resituado a Élisabeth Vigée-Le Brun en el lugar que le corresponde: muy por encima de Simone de Beauvoir. Queda así constancia de que a veces las peores enemigas de las mujeres son las propias mujeres.