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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

"Escribir más que el Tostado"

La primera acepción del término sabiduría del Diccionario de la Lengua Española (RAE, 23ª ed.; 2104) hace referencia al "grado más alto del conocimiento", se complementa con la tercera que dice "conocimiento profundo en ciencias, letras o artes" y es armonizable con la segunda, "conducta prudente en la vida o en los negocios". La sabiduría, por lo tanto, es la comprensión avanzada que una persona tiene de un asunto; esto es, que sabe mucho sobre la temática y lo utiliza de acuerdo a una conducta o comportamiento inteligente o sensato. Expresado de otro modo, si se quiere más simple y explícito, la sabiduría es la capacidad que una persona tiene para acumular conocimientos teóricos o prácticos, a partir de su vida, estudio y experiencia y que al tiempo dispone de la capacidad para aplicarlos para mejorar su bienestar y el de los demás. Es pues importante recalcar que sabiduría no solo es tener muchos conocimientos, sino que exige además saber utilizarlos de manera positiva. La sabiduría, de forma imperativa, está vinculada a la memoria para recordar fracasos y éxitos, equivocaciones y aciertos, y la maldad y la bondad de los hechos. Requiere además de inteligencia, para que, una vez adquiridos los conocimientos profundos, se obtengan conclusiones que nos permitan comprender mejor las cosas y determinar cuándo algo es o no bueno, o cuándo una cosa es verdad y otra mentira.

De acuerdo con todo ello, el término sabio se emplea para denominar a aquel individuo que posee sabiduría. A lo largo de la historia, diferentes personas han mostrado un grado de sabiduría sorprendente y admirable, que nos han conmovido de forma individual y/o colectiva, y han contribuido a que mejorásemos personalmente y en nuestras relaciones con otros seres vivos. La sociedad requiere de hombres sabios pero no siempre sabe cuidarlos ni atraerlos. Un buen ejemplo es la actividad política actual de nuestro país, que los requiere de forma perentoria. El filósofo greco-latino Epicteto de Frigia (Hierápolis, 55 - Nicópolis, 135) afirmó: "El hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el paso a los indignos". Lo que ocurre es que los mediocres no le permiten el acceso a esa función y, si la alcanzan, no cejan hasta que la abandonen hastiados. Es notorio que son los sabios los que emiten las nuevas ideas y los necios las que las transforman o expanden a su conveniencia. Consecuentemente, la utilización errónea del conocimiento no puede considerarse sabiduría. Sobran ejemplos, algunos terribles: la intolerancia, el odio hacia quienes son diferentes, la imposición por la fuerza de determinadas ideas?

A través de la lectura y a lo largo de nuestra propia vida, el que más y el que menos, ha tenido la inmensa suerte de conocer a algún sabio. Cuando tal me ha sucedido, de forma directa, me he quedado con la boca tan abierta como el Papamoscas de la catedral de Burgos. Pero al igual que el pájaro papamoscas cerrojillo mantiene la boca abierta esperando que los moscas entren en ella, he agudizado bien los oídos para tratar de aprender algo. Asimismo hay otra razón muy bien expresada por Abraham Lincoln: "Mejor es callar y que sospechen de tu poca sabiduría que hablar y eliminar cualquier duda sobre ello". A mi asombro se ha unido siempre la envidia sana de no estar dotado de la inteligencia, memoria y comprensión de los sabios.

En una viaje que realicé a Ávila el pasado año, con motivo del V centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, del que ya di noticia en Faro de Vigo (13.12.2015), tomé conocimiento de un gran sabio, Alonso Fernández de Madrigal, también conocido como "El Tostado" o "El Abulense" (Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 1410 - Bonilla de la Sierra, Ávila, 1455). Fue al visitar la Catedral y reencontrarme en el trasaltar de la capilla mayor con su fantástico monumento funerario. He de confesar que conocía la obra escultórica pero no había reparado antes en el personaje a quien homenajea, posiblemente distraído por la las escenas secundarias que rodean al protagonista. En esta ocasión mi atención recayó en la inscripción que sobre su sepulcro reza: "Hic stupor est mundi, qui scibile discutit omne" (Este es el asombro del mundo, que se aplicó a todo conocimiento -que se pueda saber-). Tan llamativo epigrama despertó mi interés por el sabio y por su conocimiento, del que se dijo que parece imposible que alguien pudiera estudiar y escribir tanto, con la particularidad de que no olvidaba lo que leía. Hoy, aunque sea de forma muy sucinta, quiero transmitirles a ustedes mis lectores el perfil del que según su epitafio: "Es muy cierto que escribió, para cada día tres pliegos, en los días que vivió; su doctrina alumbró, que hace ver a los ciegos". Además les adelanto que en la obra de "El Tostado" no faltan referencias a Galicia de las que me ocuparé otro día. Asimismo, al igual que otros pensadores racionales, se mostró escéptico frente a los inquisidores provinciales gallegos. El periodista gallego José Cora (Lugo, 1951) -en Guía de Lugo (visible e invisible).El Progreso, 2014- lo adscribe al grupo de Salamanca, integrado por Alonso Suárez de la Fuente, Pedro de Munóbrega y Pedro de Ribera, y relacionado con investigaciones de tipo ocultista.

El mausoleo de "El Tostado" es una obra escultórica del primer renacimiento castellano, ejecutada en alabastro por Vasco de la Zarza (Toledo, ¿? -1524) entre 1518 y 1520. El conjunto, montado a manera de retablo, evidencia la composición y la técnica escultórica renacentista italiana, consecuencia de su formación en el norte de Italia -arte lombardo-, con clara influencia de Domenico Francelli y Benedetto da Maiano. El protagonista aparece cobijado por un dispositivo arquitectónico clásico de columnas, sobre hornacinas aveneradas, entablamento y arcosolio. Los elementos arquitectónicos aparecen profusamente decorados con grutescos y relieves platerescos, bien ostensibles, en las recargadas columnas. Así, lo florido y decorativista de esta obra lo alejan del purismo clasicista y lo aproximan a los últimos momentos del gótico florido o flamenco. De este modo se multiplican las escenas y se pierde el concepto antropocéntrico centrado en la figura del personaje principal. La imagen del obispo aparece sentada en su cátedra, en actitud de escribir sobre un atril y vestido con una rica capa pluvial y mitra. La vestimenta y atributos del obispo, representando verdaderos damascos y tejidos bordados, son de una belleza y delicadeza apabullantes. Como fondo, un relieve circular que muestra la Epifanía. Sobre este relieve, a modo de friso, se muestra la cabalgata de los Reyes Magos y, rematando el ático, se representa la Natividad. Alonso Fernández de Madrigal era hijo de Alfonso Fernández Tostado e Isabel de Ribera. Hizo sus primeros estudios en los franciscanos de Arévalo. Después cursó Artes, Teología y Leyes en la Universidad de Salamanca, en la que se graduó y doctoró con tan solo 18 años. Ya antes de 1436 regentó las cátedras de Artes y de Filosofía Moral, en 1440 la de Biblia y en 1443 la de Teología. Dominaba el latín, el griego y el hebreo. A los 25 años ya se le consideraba como la persona más sabía de Castilla. Su memoria era prodigiosa hasta el punto de poder recitar, sin leerla, gran parte de la Biblia y toda la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino. En 1442 participó, comisionado por el rey Juan II, en el concilio de Basilea, en el que defendió la superioridad del concilio sobre el Papa, sin que triunfaran sus proposiciones. Sin embargo, desagradó al pontífice lo que, sumado a las numerosas envidias que despertaba, le llevaron a ser acusado de hereje y enfrentarse al temido Juan de Torquemada. Su "Defensorio", en el que llegó a llamar "perros rabiosos" a sus adversarios, asombró a todos y según José de Vieira y Clavijo (Elogio de don Alonso Tostado. Madrid: Joaquín Ibarra; 1782): "Torquemada tenía mucho de aquel ardor polémico que con su nervio y sequedad aterroriza; el Tostado, aquella luminosa amenidad y varia riqueza que persuade y agrada". Su acusación fue refutada de forma exitosa. En 1444 abrazó la vida monástica, a la que tuvo que renunciar tres meses después. Juan II lo nombró su consejero, canciller mayor y abad de la Colegiata de Valladolid. En 1946 el propio Papa lo designó Maestrescuela de la catedral de Salamanca, donde, en palabras de José María Iribarren (1906-1971) en El porqué de los dichos (Madrid: Aguilar; 1955): "Llegó a hacerse dueño por sorpresa de todas las ciencias que se enseñaban". Un año antes de su muerte, en 1454, fue investido obispo de Ávila a instancias del rey, silla que ocupó hasta su fallecimiento. A iniciativa del también obispo Alonso Carrillo de Albornoz, se ejecutó el suntuoso sepulcro donde fue enterrado. En recuerdo a su memoria, una pequeña calle en Salamanca que une las dos catedrales lleva el nombre de Tostado.

La obra latina del sabio fue ingente, hasta el punto de ocupar quince grandes volúmenes en la edición veneciana publicada entre 1507 y 1530, cuya mayor extensión dedica varios libros de la Biblia. Los manuscritos se conservan desde 1954 en la Biblioteca Universitaria de Salamanca. Además, escribió muchas otras, obras escriturísticas y morales. También dedicó a la reina el Libro de las paradoxas y al rey Breviloquio de amor e amiciçia, que parte del dicho platónico: "quando tovieres amigo, cumple que seas amigo del mismo, más, por esto non cumple que seas enemigo de su enemigo", para sostener la importancia que el amor y la amistad pueden desempeñar tanto en la vida social como en la vida religiosa. La periodista Mónica Arrizabalaga recogía que, según cálculo de Francisco Rodríguez Marín (Quinientas comparaciones populares andaluzas. Osuna: El Ursaonense; 1884), "El Tostado" redactaría unos 53.800 pliegos, cifra que Julio Cejador y Frauca elevó a 70.225 pliegos.

Tan gigantesca obra, hizo que se le diese el título de "Universal Océano de las Ciencias" y "Biblioteca ambulante del siglo XV". En el lenguaje popular se utiliza de forma proverbial la frase "Escribir más que el Tostado" para indicar que una persona sabe mucho o trabaja más de lo normal.

Isabel la Católica, que estudió en los franciscanos de Arévalo, analizó y aplicó las teorías de Alonso de Madrigal. Su nieto, Felipe II, adquirió en 1545 sus obras completas y las repasó con detención.

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