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Robots y renta mínima

A finales del año pasado, Nadia Thalmann, profesora de la Universidad Tecnológica de Nanyang, en Singapur, presentaba a Nadine. ¿Y quién es?, se preguntarán. Más bien, qué es: se trata de un robot humanoide, de piel suave, capaz de reflejar estados de ánimo y emociones y que puede ser usado como compañero para niños? o para cuidar ancianos con demencia.

La cuestión, por tanto, ya no es cuántos puestos de trabajo se eliminarán con la robotización y la automatización de procesos en multitud de sectores (lo que generará un aumento de la productividad, que hará menos necesaria la demanda de trabajo, salvo la muy cualificada), si no cuándo. Y una consecuencia, más preocupante: ¿qué puede hacerse ante el exceso de oferta laboral que provocará la dinámica anterior?

Algunos economistas (y países, como Finlandia o el estado canadiense de Ontario) apuestan ya por pagar una renta básica a todos sus habitantes, independientemente de sus ingresos. Con este incentivo (también denominado impuesto negativo sobre la renta), se consiguen ventajas como eliminar la burocracia ligada a la concesión de subsidios y, a largo plazo, puede limitarse el impacto negativo de la robotización (especialmente, entre las personas de media y baja cualificación, de difícil inserción en un mercado laboral con muchas tareas automatizadas).

Los inconvenientes también existen (uno de ellos, fijar que el umbral de dicha renta no sea lo suficientemente alto como para disuadir de la búsqueda de empleo y vivir a expensas de los que sí trabajarían). Por tanto, más allá de peleas por la constitución de un gobierno de un color u otro, va siendo hora de introducir estas trascendentales cuestiones entre la opinión pública.

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