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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Yo, con este no juego

El último barómetro del CIS, ese organismo encargado de medir la presión social, ha hecho públicos unos datos a partir de los cuales los politólogos (profesión en claro auge) emitirán sus diagnósticos. Pero, a falta de que los desmenucen y pongan en relación unos con otros, hay algunos que parecen contradictorios.

Por ejemplo, no se entiende muy bien como puede interpretarse la compatibilidad de un 76% de la ciudadanía que considera como muy mala la situación política con el porcentaje ínfimo, 1,4%, del mismo cuerpo social al que no le preocupa ni la ausencia de gobierno ni la hipotética independencia de Cataluña. Salvo que esa mayoría se sienta más incómoda con los altos índices de paro y corrupción que soportamos que con la perspectiva de una temporada sin gobierno (o con una actividad muy limitada) o con la eventualidad de que pudiera desvincularse del Estado una de sus regiones más prósperas.

Al fin y al cabo, hay referencias históricas que avalan esa postura. Bélgica estuvo más de un año sin gobierno por la dificultad de articular una coalición estable y esa situación de precariedad no afectó gravemente al discurrir de la vida de los belgas. Y Canadá y el Reino Unido pasaron por zozobras secesionistas sin que los servicios públicos y el comercio se vieran alterados. La misma Cataluña, por poner un ejemplo más cercano, padeció desde el reinado de Felipe V hasta nuestros días varios brotes independentistas, algunos muy violentos, y todavía no se produjo la separación definitiva.

En realidad, la gente teme menos a un gobierno interino o en funciones que, cosa muy distinta, a una situación de grave desgobierno que pudiera derivar en un proceso revolucionario. Entre otras cosas, porque la inercia social, las rutinas laborales, y una maquinaria burocrática mínimamente eficiente, son el mejor antídoto contra la inestabilidad. Viene todo esto a cuento del lío que se ha organizado en el proceso de búsqueda de un gobierno que resulte grato a los mercados. Un proceso, por otra parte, que se parece bastante a las banderías que se formaban (que yo recuerde) en el patio del colegio a la hora del recreo.

En aquel pequeño espacio de juego, lucha y emulación, establecer alianzas y liderazgos era complicadísimo, predominaban las vanidades, las inquinas irresolubles y las más de las veces el diálogo se tornaba en bronca y degeneraba en peleas hasta que sonaba el timbre que señalaba la reanudación de las clases. Un espectáculo muy parecido al de las riñas entre los partidos políticos. Según nos cuentan los medios, el PSOE no quiere dialogar con Podemos porque este partido veta la presencia de Ciudadanos y tampoco con el PP mientras esté al frente de la minoría más votada el señor Rajoy. Por su parte, el señor Rajoy no dialogará con Podemos y tiene difícil hacerlo con el PSOE y con Ciudadanos alegando que estos dos grupos han formado una alianza para dialogar conjuntamente con todos los demás, lo que estima es un fraude ya que no concurrieron juntos a las elecciones.

En fin, un lío que solo se resolverá con nuevas elecciones o con un pacto de última hora entre los partidarios de formar un gobierno grato a los mercados. Que ustedes ya habrán adivinado quienes son.

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