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Lo que vale un pez

A veces me pregunto, triste de mí, si seré un simple mortal mal pensado o es que alguien -algunos- van por delante dispuestos a hacer de su capa un sayo y dejar la ética y hasta la estética en el primer rincón que encuentren para descargar sus conciencias.

Y en estas estaba cuando, como surgidas de la película "Gorilas en la niebla", acuden a mi mente malpensada ideas que explicarían el por qué de unas posiciones extremas que sostienen con fuerza y mucha viveza la inmensa mayoría de los mariscadores y pescadores gallegos de bajura, cuando nada querían saber del anteproyecto de Lei de Acuicultura de Galicia, finalmente retirado.

Desde la Consellería do Mar salieron cada poco proclamas sobre la necesidad de conocer a fondo el anteproyecto antes de hacer patentes las protestas para su rechazo en asambleas. Pero mariscadores y pescadores cierran puertas a una acuicultura que, dicen, mata de diversas formas: si se extiende como querían en San Caetano, malo, porque acabarían con la pesca y el oficio de pescador, y además, porque los antibióticos, las posibilidades de que se escapen de sus jaulas los peces que se engordan en estas y se mezclen con los peces salvajes, los detritus de los peces enjaulados, son peligros latentes que acabarían con la riqueza piscícola y marisquera de las rías gallegas.

Y con todo esto, la voz de alarma: a partir del primero de junio próximo se podrán utilizar de nuevo en territorio de la Unión Europea proteínas de animales terrestres (restos de pollos o cerdo) que no sean rumiantes como elementos integrantes de los piensos para los peces de acuicultura. De este modo, se abarataría notablemente el precio de la harina de pescado con la que se alimentan los peces de cultivo: salmón, lubina, trucha, dorada, etc. y que se logra moliendo peces inicialmente capturados para consumo humano y que, por causa de los precios, se venden a las fábricas de harina que en muchos casos, ni siquiera consumen peces de baja calidad sino aquello que no cotiza de manera rentable en las lonjas.

No sé si es lícito pensar que la normativa de descartes puede tener que ver con las pretensiones de abaratamiento de esa harina de pescado en un afán evidente de promocionar la acuicultura en España y el resto de Europa; pero sí lo parece decir que esa alternativa a la pesca salvaje pasa necesariamente porque la pesca exista. De no ser así, la piscicultura no podría pervivir salvo que los piensos de los que se alimentan estos peces de crianza controlada y en semilibertad procedan casi exclusivamente de animales terrestres no rumiantes.

¿Qué importa que, en la elaboración de harina de pescado para la piscicultura se puedan emplear cabezas, espinas y restos de especies no necesariamente comerciales si, al fin y al cabo, esas cabezas, esas espinas y restos de peces proceden de animales marinos previamente capturados y no utilizados en la alimentación humana?

Una referencia: la Asociación Empresarial de Productores de Cultivos Marinos (Apromar) en su informe sobre la Acuicultura Marina en España 2012, baraja que en 2011 se produjeron 42.675 toneladas de pescado de acuicultura marina. Para el engorde de estos casi 43 millones de kilos de peces no salvajes se utilizaron 89 millones de kilos de pienso. Y según la FAO -organismo nada proclive al engaño- con 100 kilos de pienso de pueden obtener 65 kilos de salmón, o 20 kilos de pollos o 12 kilos de cerdo. Claro que también hay quien afirma que para lograr un kilo de salmón (el pez de cultivo más vendido en el mundo) se necesitan 3 kilos de pescado salvaje. Pero es el atún (para el que lograr un kilo de engorde en jaulas resulta necesario alrededor de 20 kilos de pescado) el que se lleva la palma en consumo.

¿A cómo se vende, entonces, el pescado derivado a las fábricas de harina para que, tras el proceso de esta hasta convertirla en pienso, los peces de acuicultura sean más baratos que los salvajes? ¿Cuánto vale realmente un pez que no sea de piscicultura?

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