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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Hay corruptos y corruptos

Detenido bajo la sospecha de que se enriqueció con sobornos mientras fue presidente de Brasil, Luis Inacio da Silva -el popularísimo Lula- es una viva muestra de que no hay contradicción entre ser corrupto y, a la vez, buen gobernante.

Fundar un Partido de los Trabajadores en un país al que le han colgado el lema de "Máis samba e menos trabalho" tiene ya su mérito. Además de eso, Lula logró que Brasil creciese a tasas anuales de hasta el 7 por ciento, bajó el paro a la mitad, saldó las deudas con el FMI e hizo que esa dilatada nación pasase de ser importadora a exportadora neta de alimentos.

Cuando dejó la presidencia brasileira, había sacado de la pobreza a cerca de treinta millones de sus conciudadanos, que le premiaron la gesta con un índice de popularidad del 87 por ciento. Quizá ese porcentaje haya bajado tras descubrirse que su partido está carcomido hasta los tuétanos por los escándalos de corrupción que ya ni siquiera excluyen al propio Lula. Pero una cosa no quita la otra.

Todo eso lo consiguió Lula, un tornero que procedía de la izquierda radical, mediante una política de pragmatismo basada en la convicción de que, para repartir riqueza, hay que crearla primero.

Brasil sigue siendo un país muy desigual, pero el expresidente ahora en tratos con la Justicia tuvo la habilidad necesaria para convencer a los empresarios de que debían repartir un poco si no querían perderlo todo. A los trabajadores, que eran los suyos, los persuadió igualmente de que sin empresas no hay trabajo. Fue, a su manera, un raro socialdemócrata dentro de un continente azotado por los excesos del populismo.

Su arresto ha venido a demostrar que la corrupción es una lacra transversal que acompaña a la Humanidad desde la noche de los tiempos y no distingue entre izquierdas y derechas. Ni siquiera la antigua Roma, modelo de eficiencia en las obras públicas, el Derecho y el saneamiento urbano, pudo escapar a esa plaga. Cicerón advirtió malévolamente de la rapidez con la que se enriquecían los gobernadores de las provincias del Imperio; y, a más bajo nivel, era habitual ya entonces que los legionarios sobornasen a sus centuriones para no tener que entrar en combate.

La corrupción nace allá donde haya dinero que trincar: ya sea en la política, ya en el fútbol, ya en los bancos. Los pocos que permanecen libres de esa culpa son aquellos que todavía no ejercieron el poder y, por tanto, han carecido de la imprescindible oportunidad para meter la mano en la caja. Tampoco Lula lo había hecho antes de ser presidente.

Hay corruptos de todo pelaje, eso sí. Unos encuentran tiempo para levantarle la paletilla financiera al país a la vez que roban; en tanto que otros se limitan a saquear las arcas sin contrapartida alguna de beneficio para la ciudadanía. E incluso hay políticos honrados, pero incompetentes, que acaban por causar mayores quebrantos a las finanzas del Estado que los corruptos, cuando estos últimos gobiernan bien además de mangar. Algún ejemplo de eso tenemos por aquí con presidentes de acrisolada honradez que recibieron una España en fuerte crecimiento y la dejaron al borde de la quiebra.

Visto el caso desde esa perspectiva, el corrupto Lula podría haberle salido barato a su país por muchos que fuesen los sobornos con los que engordó su cuenta corriente. La política, que no es una ciencia exacta, abunda en estas contradicciones.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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