El inesperado adiós de Paco Araújo nos ha dejado huérfanos, porque siempre se echan en falta a hombres ejemplos de amistad, compromiso y corazón.

Si le ha fallado el corazón, no puede ser más incomprensible: Paco lo tenía muy grande, abierto a todos, y volcado en su pasión por el baloncesto.

Como alma mater del Celta -na de las grandes referencias de la historia de nuestro baloncesto- trabajó y luchó en todo momento y hasta el último aliento. Nunca se rindió, nunca abandonó, y sobre todo frente a las dificultades no dejó de buscar cualquier posibilidad, por complicada que pudiera parecer, para seguir adelante.

Y lo hizo no sólo con el máximo respeto a las normas y a su cumplimiento sino también, y sobre todo, como hombre de palabra. Gente como él -seria, eficaz, con pasión y de palabra, para la que podía haber rivales pero nunca enemigos en cualquier circunstancia- han sido uno de los más importantes valores de nuestro deporte. En los buenos momentos y en circunstancias extremas como las que Paco tuvo que afrontar en más de una ocasión.

Siendo joven, Paco Araújo pertenecía a esa generación para la que lo más importante eran los códigos de conducta, el trabajo en equipo y compartir una ilusión. Unas personas que han hecho grande al baloncesto nacional y al baloncesto gallego.

Esté donde esté, seguirá anotando canastas.

*Presidente de la Federación Española de Baloncesto