La política española se ha llenado de incertidumbre. A día de hoy, nadie puede aventurar con una mínima certeza lo que va a ocurrir en los próximos meses. Más previsible es, no obstante, el resultado de las dos votaciones con que concluirá el debate de investidura. Todo indica que en su primer intento Pedro Sánchez no será elegido presidente del Gobierno. Tras dos meses de conversaciones y desencuentros entre los partidos políticos, el balance se reduce a constatar que el segundo partido en número de escaños solo ha conseguido reunir el apoyo de algo más de un tercio del Congreso. Ni siquiera la abstención de Podemos, de darse, aseguraría el objetivo de la investidura. El PSOE está lejos de cumplir de forma satisfactoria con el encargo que le hizo el Rey y que fue recibido por su candidato con tan buen ánimo. Es un fracaso en toda regla que deben compartir los grupos parlamentarios sin excepción, aunque la responsabilidad tenga que repartirse según su tamaño y la posición que ocupan en la vida política del país.

Las negociaciones, a pesar de su retransmisión en directo por los portavoces a través de los medios, han sido poco claras. La estrategia de los partidos ha permanecido oculta por el tacticismo y el doble lenguaje habituales en su manera de actuar. Aún así, los ciudadanos tenemos algunas evidencias. Entre el PP y el PSOE no hay diálogo abierto. Los dirigentes del PSOE y de Podemos no han podido superar sus diferencias y su desconfianza mutua. Podemos y Ciudadanos se ven incompatibles. Los partidos nacionalistas están a la expectativa. En conclusión, la investidura está bloqueada y todos ellos dan muestras de haber asumido ya la posibilidad de unas nuevas elecciones.

Con estos antecedentes, cabe presumir que el debate será de alta tensión, con una elevada carga retórica destinada a justificar la actuación propia y desacreditar al otro. Sin embargo, un debate así puede resultar perfectamente inútil, salvo para liberar los nervios de la primera vez. Además de presenciar el estreno parlamentario de varios oradores desde la tribuna, la ocasión debería servir para ofrecer a los ciudadanos una merecida explicación de las negociaciones y del porqué de su resultado. De todo lo visto durante las últimas semanas, surgen preguntas que aún no tienen respuesta. Contestando a una invitación para tener una entrevista, Rajoy alude en su carta a Rivera a la coalición que le había propuesto, ¿por qué no prosperó ese acuerdo? Luego Ciudadanos firmó otro acuerdo con el PSOE, ¿hablaron el PSOE y Ciudadanos de cuál debía ser el tercer socio sin cuyo apoyo la investidura se convertía en misión imposible?, ¿aceptaría el PSOE la ampliación de ese acuerdo al PP o Ciudadanos la incorporación al mismo de Podemos? El PP ha sido el partido más votado, pero aparece aislado y sin capacidad de maniobra, ¿qué partidos consideran a Rajoy o al PP definitivamente inhabilitados para formar gobierno?

En política, los pactos son cuestión de interés estratégico, cuotas de poder, afinidades políticas y química personal. La verdadera dificultad que están teniendo los partidos españoles para alcanzar uno no estriba tanto en la fragmentación parlamentaria o la falta de costumbre como en su pretensión de pactar sin dejar de competir. El documento suscrito por PSOE y Ciudadanos ha sido vapuleado a diestra y siniestra, incluso por los firmantes, que difieren notablemente al interpretar el texto y tienen planes opuestos sobre el modo de dejar impreso su contenido en la acción de gobierno. Ciudadanos ha decidido exhibir un espíritu más competitivo hacia el PP, al que las recientes iniciativas judiciales a propósito de casos sonados de corrupción han puesto al descubierto un flanco extremadamente débil. El discurso de Rivera en la sesión de investidura es el menos previsible y el que, en principio, despierta más interés. Podemos se resiste a ceder ante el PSOE. Y el PSOE reclama un voto contra Rajoy y sigue jugando a ignorar al PP. Pero está a punto de darse de bruces con la realidad, que será siempre más terca que su voluntad. Si el debate de investidura se desarrolla como anticipan todas las previsiones, al final se confirmará que el PP y el PSOE deberán encontrarse en algún lugar, que podría estar donde se ha instalado Ciudadanos, si no quieren que sean los votantes los que pongan las cosas en su sitio. Este es solo el primer intento.