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El meollo

La cumbre judicial

El meollo de la cuestión está en saber para qué ha servido realmente la cumbre judicial en torno al ministro de Justicia, que acaba de acoger la Audiencia Provincial, y que es lo que ha sacado en limpio cada uno de los asistentes a modo de conclusiones particulares.

De entrada, me temo que ha valido de poco, por no decir que de nada. O sea que todos los presentes se han quedado más o menos como estaban, que equivale a decir con la mosca tras la oreja sobre los asuntos más endiablados.

A juzgar por lo escuchado a unos y lo dicho por otros, esta reunión de trabajo con Rafael Catalá Polo no ha pasado de girar alrededor de un índice bastante completo de los temas candentes que ocupan y preocupan en los distintos estamentos judiciales. Solo eso.

Ni el ministro, ni tampoco sus interlocutores, con el presidente de la Audiencia, Javier Menéndez, con la voz cantante en calidad de anfitrión, han profundizado, ni mucho menos debatido o polemizado, sobre ninguna de las cuestiones más cruciales que atenazan, dificultan o boquean la agilización y la eficiencia de la justicia hoy en día. La única voz discordante y llena de sentido común estuvo a cargo de esa funcionaria que reclamó más formación.

Por otra parte, el ministro Catalá no es nuevo en esta plaza. El Gobierno Civil fue el primer destino de su brillante carrera como alto funcionario. Por aquí ha veraneado mucho. Y al madrinazgo de Ana Pastor quizá debe su conversión en ministro. O sea que tiene a Pontevedra metida en su cartera de trabajo.

Si acaso lo que más claro ha quedado no ha sido una cosa buena, sino mala: que la judicatura pontevedresa en su conjunto no estará a punto el día 7 de julio para cumplir con la implantación del expediente electrónico. Algo ya intuido y ahora constatado.

No hay mejor forma para no resolver cualquier asunto difícil que crear una comisión. Al menos eso ha sido así casi siempre, como resulta bien sabido. Y eso es lo que ha salido de esta reunión con un ministro en funciones que, por otra parte, no es precisamente el mejor estado de cualquier político para enderezar ningún asunto peliagudo, como no ignora Rafael Catalá.

En definitiva, mucho arroz para tan poco pollo, que diría un viejo letrado resabiado, si tienen a bien la expresión y no se molestan sus señorías.

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