Cuando Pedro Sánchez y Albert Rivera firmaban el pacto de "gobierno de progreso y reformista" en el Congreso de los Diputados, ambos podrían estar pensando lo mismo que Ilsa Lund le dijo a Rick Blaine en Casablanca: "El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos". Contra todo pronóstico, el líder del PSOE, como si se tratara de un baile de fin de curso en un instituto estadounidense (el llamado "Prom"), construyó el único relato posible para aparecer como un verdadero estadista frente a los ciudadanos, haciendo como si estos últimos fueran los padres de adolescentes nerviosos que dicen adiós a la edad de la inocencia: juntarse con la pareja de baile más responsable de la fiesta e invitarla a cenar a casa con la familia. Dado que la aritmética no acompaña, el matrimonio, al menos que las cosas cambien mucho, jamás se consumará. Muchos documentos y besos; pocas investiduras y nada de sexo. Aunque al menos podrán darse unos "paseos" por el parque para poner celoso a Pablo Iglesias, que tanto suspiraba por ellos en su "fábrica de amor", a quien ya es muy difícil interpretar políticamente: no sabemos si quiere nuevas elecciones, la vicepresidencia o solo pasárselo bien mientras observa cómo los demás, a pesar de sus exabruptos, todavía lo siguen teniendo en cuenta para futuros ménage à trois.

La política siempre ha sido más o menos divertida desde que la televisión comenzó a jugar un papel fundamental en ella. Pero hoy en día resulta muy difícil diferenciar el sketch del archivo original en el que este se basa; los imitadores de los imitados; la parodia de lo parodiado. Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, en una entrevista concedida a "La Vanguardia" en época navideña, no sé si dejándose llevar por la alegría de la festividad, aseguró tener un ángel de la guarda llamado Marcelo, como el futbolista del Real Madrid (desconozco si existe alguna conexión en ese sentido), que le ayuda a aparcar el coche. Ese tipo de declaraciones solían leerse en revistas satíricas como la ingeniosa "El Mundo Today" o la gamberra "Mongolia", no en un periódico generalista. Tan disparatada es la cita que uno no termina de creérsela y acude a diversas fuentes para contrastarla.

Parece que nos estamos acostumbrando a que sean los políticos quienes se inventen sus propias escenas humorísticas. Existen varios ejemplos y van en aumento. Uno de los más recientes lo protagonizó el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, tras ser preguntado en Antena 3 por la decisión del Ayuntamiento de Pontevedra de nombrarle persona non grata en la ciudad, cuando afirmó que "todos somos sentimientos y tenemos humanos", un error lingüístico que solo se puede justificar como una consecuencia de haber memorizado el cliché (repitiéndoselo una y otra vez mientras "chapaba" para el examen televisivo) sin comprender del todo su significado.

Vivimos un periodo de ocurrencias e improvisaciones, de mensajes simpáticos en Twitter y maliciosas indirectas en ruedas de prensa. Donald Trump, potencial candidato a las elecciones presidenciales del Partido Republicano, ejerce como profeta de esta "telecracia" y, mientras nos advierte, con sus éxitos, de que lo peor aún no ha llegado, está tirando por tierra la teoría de Woody Allen sobre la comedia, que consistía en definirla como una suma de tragedia más tiempo. Ahora no dejamos ni siquiera unos meses para reírnos de nuestras miserias. Encendemos el televisor y ahí están los dos géneros, lo cómico y lo trágico, confundiéndose el uno con el otro.