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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Vodevil en el Congreso

El segundo y el cuarto clasificado en las elecciones del 20 de diciembre han acordado formar un gobierno que el primero y el tercero de la tabla les van a echar abajo con sus votos. Parece el libreto de una pieza de teatro del absurdo, en la línea de Ionesco, pero el lance podría encuadrarse también dentro del género del vodevil. Más divertido que nunca, el Congreso se presta a todas las variantes del arte de la escena.

La política es, en realidad, un asunto propio de la tele; aunque los líderes nacidos en ella hayan decidido cambiar ahora los platós que tanta fama y votos les dieron por el teatro de variedades, mucho más antañón.

El vodevil es, como se sabe, una variante de la comedia de enredo ya un tanto en decadencia que a menudo incluía números musicales, trucos de magia e incluso acrobacias y malabarismos. En su versión española, lo habitual es que los actores se pasen la función abriendo y cerrando puertas que no llevan a parte alguna; pero aun así entretienen a la platea, que es de lo que se trata.

Más o menos eso es lo que se está escenificando desde el pasado 20 de diciembre en el Congreso, donde los primeros actores de cada partido -y a veces, los secundarios- recurren al equívoco y al engaño que son la base de este género más bien añejo. Ensayan gobiernos de izquierda, de centro, de centro-izquierda y mediopensionistas con la tranquilidad de saber que se trata tan solo de teatro.

La función ha tenido su momento cenital estos días con el pacto alcanzado por el PSOE, segundo en las preferencias de los votantes, y por Ciudadanos, relegado por los electores a la cuarta posición. Entre los dos suman apenas siete escaños más que el partido ganador de las elecciones; pero ni aun ese enojoso obstáculo aritmético ha disuadido a los firmantes de acordar un gobierno de quimera muy propio del vodevil.

Poco importa que el primero y el tercer clasificado -PP y Podemos- hayan anunciado ya su decisión de tumbar con sus votos a un Consejo de Ministros que ni siquiera llegará a nacer. Estamos hablando de una ficción puramente teatral en la que lo único relevante es la pose o postureo de quienes participan en la función. Cualquier semejanza con la realidad de la calle sería pura coincidencia.

De ahí que los espectadores más irreverentes comparen la situación del Congreso no ya con la de un vodevil, sino con la carpa de un circo de los de antaño. Tal parecía, desde luego, el espectáculo ofrecido esos días de ahí atrás por el numeroso elenco de cómicos con representación en la Cámara. El partido de Pedro Sánchez, por ejemplo, trabajaba en la pista uno con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera; mientras sus delegados hacían números malabares en la pista dos con Podemos, Izquierda Unida y Compromís. Al final, el truco de ilusionismo favoreció a Rivera, aunque el hale, hop, podría haber alumbrado un gobierno igualmente improbable de izquierdas, sin que nada cambiase en la esencia del teatrillo.

Lo único llamativo del asunto es que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, haya calificado desdeñosamente de "teatro" la sesión de investidura que va a protagonizar, sin el menor éxito, Pedro Sánchez. Con todos los números que ha montado su partido desde la función inaugural del Congreso, Iglesias ya debería saber que la política es, ante todo, un número de variedades que da de comer a mucha gente. Y mal está tirar piedras contra el tejado de casa.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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