Pues la verdad es que, dicho con el debido respeto para la libertad de cada cual a reclamar lo que le venga en gana -que ya advirtió el refrán de que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar- alguien debería advertir al señor alcalde de Vigo que su prisa para que el presidente Feijóo anuncie ya la fecha de las elecciones suena extemporánea. Y si se añaden los motivos que don Abel expuso en Madrid para que lo haga, resulta, además, innecesaria.

Y se dice, primero, que está fuera de lugar porque lo normal es que las elecciones se hagan cuando tocan, en los plazos que marca la ley, y no hay necesidad de que eso se cambie salvo, por supuesto, que quien puede las anticipe en función de una razón muy poderosa. Y a día de hoy, en Galicia no existe ni parece que vaya a surgir de repente. Pase lo que pase al final en Madrid, dicho sea de paso.

En cuanto a la necesidad alegada por don Abel -"la gobernabilidad"-, parece obvio que nada tiene que ver ni con el momento ni con el país. Por supuesto que esta es opinión que no tiene por qué ser compartida, pero a la vista de los datos medibles parece difícil de rebatir: la gobernabilidad que se alega está garantizada por la sólida mayoría absoluta del PP en O Hórreo, donde su Grupo es mucho más sólido que el socialista y como partido suma menos cuitas judiciales que el PSdeG. Punto.

En suma, que lo que hay -incluso con la posibilidad de que se repitan unas generales- para nada influye, más allá de lo obvio, en la estabilidad de este antiguo Reino. Que, por cierto, parecería más amenazada por las coaliciones resultantes de un cambio; quien lo dude mire la situación presupuestaria de Coruña, Santiago o Ferrol. Y el propio Caballero dijo que "los gobiernos incapaces de aprobar sus cuentas no sirven".

Dicho eso, da la impresión de que quien verdaderamente necesita datos fiables para que cuando lleguen las elecciones gallegas no lo pille durmiendo -o en desbandada- es a su propio partido. Sin un candidato todavía -su secretario general está imputado, y si no cesado, es porque se le aplica la ley del embudo-, las primarias sin celebrarse, las listas pendientes de quiénes manden ahí y el proyecto no solo sin detallar, sino peor, sin imaginar. Y, además: Feijóo no es Rajoy.

Con las cosas propias así, el alegato del alcalde vigués se vuelve casi un mensaje para otros que no son su rival, el presidente Feijóo. Y eso, sobre todo, por su propia personalidad: ni es hombre liviano ni corto de reflejos, no improvisa ni le gusta que sus colaboradores lo hagan. Pero la crisis de su PSdeG, que provoca nervios, no debe contagiarse al país.

¿Eh...?