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Refundaciones

Refundar partidos políticos en grave crisis de imagen y/o envueltos en procesos judiciales es uno de temas del momento. Si persiste el mismo liderazgo, como es el caso de Artur Mas en su vieja y putrefacta Convergencia Democrática de Cataluña, que ya ha cambiado de nombre, la operación será cosmética, no quirúrgica. Si se trata del PP valenciano, mal se entiende la limitación territorial cuando la corrupción envilece a otras autonomías y, si los jueces lo deciden tras imputar a todo el partido, alcanzará a la cúpula dirigente que ahora pugna por perpetuarse. Y si hablamos de Coalición Canaria, en la que milita el presidente de la Comunidad, tendrán que hacer virguerías para hacer creíble lo nuevo sin cuestionar el liderazgo dimanado de lo antiguo.

A pesar de los muchos y poderosos argumentos que justificarian tales refundaciones, no es previsible que esta calentura cambie nada sustancial. Ciertamente, lo de Valencia sobrepasa todas las medidas en la escala de los broncos y casposos saqueos de lo público. Tan solo faltaba la puesta en cuestión de la mil veces adulada Rita Barberá y su entorno de encarcelamientos varios para "ejemplificar" el punto de no retorno, que es la imposibilidad de lavar los asquerosos manchones del tejido partidario. Aunque fuese relevada la totalidad de los niveles primero, segundo y tercero de una organización corrompida, la auténtica penalización interna nacida de un cambio sustancial de los principios y procedimientos interpelaría a una estructura cuya única defensa es un propósito de enmienda no retroactiva. O sea, borrón y cuenta nueva.

No se descarta que el PP llegue a encabezar el próximo gobierno mediante alianzas activas o pasivas, aunque sería muy triste el triunfo de una invocación obsesiva al hecho no menos triste de ser la opción más votada pese a que la desigualdad y la corrupción siguen encabezando la lista de las preocupaciones sociales. Pero demonizar la salida de centroizquierda propuesta por el PSOE a Ciudadanos, Podemos y otros partidos menores -con la irrevocable exclusión de los separatistas- no pasa de ser dialéctica interesada. Esa salida es posible y se hace deseable en la medida en que esté nutrida por políticos limpios, pertenezcan, o no, a partidos también afectados de corrupción pero con todos los corruptos convictos o potenciales eliminados de su dirigencia. Es elemental entender este anhelo en un país que trata de rescatar su dignidad.

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