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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La dudosa crisis del cine

Fábrica de ilusiones solo comparable a la política, el cine sigue atrayendo al público más que cualquier otro espectáculo (si excluimos el fútbol, claro está). Así parece demostrarlo, al menos, la gala de los Premios Goya que este año batió récords de audiencia a despecho de la crisis que, según dicen, aflige a la cinematografía española.

Ni el supuesto fraude de taquilla que se descubrió el pasado año, ni el obstáculo del IVA han menguado el interés de la audiencia por las producciones made in Spain tan prolijamente recompensadas este fin de semana en la fiesta anual del cine.

Quizá haya influido en ello la recuperación, sin complejos, del histórico género de la españolada que tantos éxitos proporcionó en su momento a los cineastas de este país. La saga de Torrente y, en los últimos años, las comedias sobre vascos, catalanes y andaluces, han demostrado un tirón de taquilla capaz de reconciliar al público con las producciones autóctonas.

No otra cosa había hecho décadas atrás el hoy un tanto olvidado Cesáreo González con su productora Suevia Films. Aquella factoría de ficciones colocaba en el mercado películas raciales de Lola Flores, Paquito Rico, Joselito y Marisol que, a pesar de su mal cartel entre la crítica, competían ventajosamente con los filmes de Hollywood.

Gallego ejerciente, el singular Cesáreo no dudó en producir también películas de directores adversos al franquismo como Bardem o Berlanga, siguiendo la máxima galaica que aconseja poner una vela a Dios y otra al diablo, para tener contento a todo el mundo. Y tampoco en este caso le falló el público.

Abandonada esa productiva veta tras los éxitos de Alfredo Landa, Esteso y compañía en los años setenta, la industria cinematográfica pasó a ser en España una actividad de orden más intelectual y de menor taquillaje. Muchos directores cayeron en la tentación de pretender ser tan suecos y plomizos como Bergman; actitud que, lógicamente, ahuyentó de las salas a un público que no estaba para tales profundidades.

Inevitablemente, el cine español pasó a depender en gran medida del oxígeno financiero que le insuflaba el Estado, de tal modo que el contribuyente siguió pagando su entrada sin ir al cine y, desde luego, sin ser consultado sobre su aportación. La consecuencia lógica fue que, también en este ramo de la ficción, el mercado libre lo copasen poco a poco las compañías estadounidenses que hoy dominan las pantallas de este país.

Lejos de competir con las mismas armas comerciales y con su demostrado talento para la comedia, muchos de los cineastas españoles siguen reclamando el mecenazgo del Estado -es decir: del Gobierno- para mantener a flote la industria. Y, paradójicamente, suelen dar a conocer sus demandas durante la función de los Goya, calcada de la de los Óscar al igual que el nombre de la Academia de las Artes y las ciencias Cinematográficas que concede los premios. Son cosas de la ambivalente relación de amor y odio que una parte de la intelectualidad española mantiene con Norteamérica en general y Hollywood en particular.

Algo parece estar cambiando, felizmente, a juzgar por los últimos éxitos de taquilla de ciertas producciones españolas que han conseguido eclipsar en ocasiones al omnipresente cine americano. Igual por ese camino acaban descubriendo que la gente no va al cine a sufrir, sino a pasar un buen rato. Y hasta está dispuesto a pagar por ello.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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