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¿Pacto de izquierdas?

Cualquiera que haya leído los ensayos políticos de George Orwell -y en España, por desgracia, no ha sido mucha gente- sabe que no hay mayor odio que el que históricamente ha separado a los socialdemócratas de los comunistas. Durante la II Guerra Mundial, los ingleses mandaron a Moscú -el Moscú de Stalin, la policía secreta y el Gulag- a un embajador de la izquierda laborista, con la esperanza de que mejorara las relaciones entre los dos gobiernos. Ocurrió todo lo contrario, y el embajador tuvo que ser relevado para evitar un grave conflicto diplomático. George Orwell escribió que solo un ingenuo podía haber enviado un embajador socialista a un país comunista, porque socialistas y comunistas se llevaban mal desde los tiempos de la III Internacional, en 1914, y nunca se habían fiado unos de otros.

Es fácil entender por qué. Los laboristas -la socialdemocracia actual que en España representa aún el PSOE- aceptaban la democracia formal, el capitalismo regulado, el reformismo político y el gradualismo en los cambios sociales. Los comunistas, en cambio, querían el control estatal de todos los aspectos de la vida ciudadana, la supresión del capitalismo y el predominio absoluto del Partido Comunista y de sus líderes intocables. Quien conozca un poco la historia del socialismo español del siglo XX recordará las amargas páginas, llenas de rabia y de desdén, que algunas personalidades del PSOE, como Indalecio Prieto o Francisco Largo Caballero, escribieron sobre la influencia soviética durante la guerra civil.

¿Han cambiado las cosas en los últimos tiempos? La desconfianza, desde luego, no parece haber desaparecido, aunque el comunismo -o la izquierda más o menos radical que lo ha sustituido en el siglo XXI- ha aceptado a regañadientes el sistema capitalista y la democracia representativa, aunque a veces la defina con el término desdeñoso de "democracia formal", pero con la secreta esperanza de cambiarlos por completo y adaptarlos a sus fines. De todos modos, los partidos de la izquierda neocomunista han aceptado en Europa las elecciones y la alternancia democrática, aunque no hay que olvidar que los políticos chavistas de América Latina -los herederos actuales del comunismo del siglo XX- han hecho todo lo posible para eternizar a sus líderes en el poder con toda clase de triquiñuelas legales y referendos de dudosa constitucionalidad. Hugo Chávez, en Venezuela, estuvo quince años en el poder, del que solo pudo ser desalojado por un cáncer, aunque es cierto que ganó todas las elecciones y referendos a los que se presentó. Evo Morales, en Bolivia, lleva diez años en el poder y ha proclamado su deseo de continuar diez años más, hasta 2020 y quizá más lejos aún. Y Rafael Correa, en Ecuador, lleva gobernando desde 2007 y seguirá en el poder hasta 2017, si no decide presentarse a unas nuevas elecciones y renovar sus mandatos. Es cierto que estos presidentes "bolivarianos" ganan las elecciones, y a menudo con mayorías muy holgadas, pero desde luego está muy claro que no son muy partidarios de la limitación de mandatos ni de la alternancia en el poder ni de la libertad de información. Y todos, no conviene olvidarlo, cambiaron la Constitución nada más llegar al poder para adaptarla en lo posible a sus necesidades. Ninguna Constitución bolivariana, por ejemplo, se parece a nuestra Constitución de 1978, con su exigencia de amplios consensos para establecer cualquier cambio importante.

¿Es lógico un pacto de izquierdas entre el PSOE y Podemos? Supongo que mucha gente lo ve con simpatía, sobre todo tras las revelaciones sobre la corrupción del PP y el gobierno antipático y nada dialogante de Mariano Rajoy. Pero hay un problema que no sé si todavía se ha resuelto: ¿cuál es la ideología de Podemos? Porque Podemos empezó siendo un partido de la izquierda radical que contaba con muchos militantes que procedían de los movimientos antisistema. Y su éxito consistió en saber capitalizar las protestas del 11-M, un movimiento caótico que carecía de líderes y de ideología concreta y que sólo se fundaba en la rabia y en la frustración. Podemos supo darle una orientación ideológica y ofrecerle un liderazgo a ese movimiento -un gran liderazgo, por cierto, lleno de audacia y teatralidad, aunque Cristóbal Serra no dudaría en definir a Pablo Iglesias como un personaje luciferino-, cosa que le atrajo de inmediato a miles y miles de electores que hasta entonces no habían sabido en quién confiar.

Ahora bien, el problema sigue siendo el mismo: ¿cuál es la ideología de Podemos? Porque es imposible que el bolivarianismo de sus líderes desaparezca de la noche a la mañana, como creen algunos ingenuos, igual que es imposible que un señor que ayer era antisistema al día siguiente se convierta en un tibio socialdemócrata a la danesa (aunque en Dinamarca gobierna desde hace bastante tiempo la derecha, cosa que mucha gente ignora). Tampoco sabemos qué ideas tiene Podemos sobre la creación de empleo, ni sobre la economía productiva, ni sobre la plurinacionalidad -sea eso lo que sea-, ni en realidad sobre nada de nada. Todo es un misterio. Y en estas condiciones, uno se pregunta qué puede salir de un pacto entre una izquierda socialdemócrata y un partido que ni siquiera sabe qué es.

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