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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Las tarjetas postales: auge, ocaso y resurgimiento

En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX las relaciones sociales aún estaban reguladas por estrictos códigos y normas protocolarias que debían cumplirse de manera meticulosa. Durante esos años, destacados miembros de la alta sociedad redactaron múltiples tratados sobre cómo comportarse. Por citar uno en España, dejo constancia del Código o deberes de buena sociedad, editado en 1883, del que era autor el barcelonés Camilo Fabra, Marqués de Alella, famoso en la Ciudad Condal por las fiestas que organizaba en su residencia de la Rambla de Canaletas.

Un conciudadano suyo, el joyero Josep Masriera Vidal, recogió en sus memorias hasta qué punto en el conocido como Código Fabra: "se aprendía cómo debía doblarse una tarjeta, cómo debía portarse en una visita y una infinidad de cosas que convenía saber en aquellos tiempos en que se pretendía ser galante y bien educado". Entre los muchos actos sociales estaban las visitas que se realizaban a las casas de familiares y amigos con motivo de un acontecimiento, como podía ser el nacimiento de un niño o el estricto ofrecimiento en un nuevo cargo o, de forma habitual, simplemente para relacionarse y como muestra de cortesía. Mis lectores ya habrán adivinado que, dada mi edad, viví las décadas 40 y 50 en Ourense, y me correspondió decir amén a muchas de estas visitas, acompañando a mi abuela o a mi madre -a mi padre le tocaba pocas veces debido a su trabajo-. Me imagino que tal séquito impuesto vendría justificado por el afán de que aprendiese buenas maneras, el deseo de lucir "los progresos del niño" y por no tener con quién dejarme, cuando aún no existían guarderías.

Lo cierto es que en una de esas casas que visitábamos con cierta asiduidad, la de tres conocidas solteronas de la buena sociedad ourensana, se guardaban, entre muchos otros objetos preciados, dos álbumes de tarjetas postales que me dejaban hojear como forma de entretenimiento, en una casa donde no había niños ni juguetes. Yo me sentaba en el suelo bajo el círculo luminoso que proyectaba la lámpara y repasaba una y otra vez las páginas de aquellos álbumes. Uno de ellos contenía postales en blanco y negro de ciudades y monumentos para mí desconocidos. El otro acumulaba postales ilustradas con personas, cosas, acontecimientos y frases, que años después interpretaría "de carácter romántico". En los primeros años, con menos edad, me limitaba a repasar las estampas del anverso y sorprenderme ante la contemplación de lo ignorado. Pero pasado el tiempo, ya en la preadolescencia, he de confesar que desprendía las postales de sus cantoneras para leer el reverso, escrito en francés -que entonces medio comprendía con el mal francés que nos enseñaban en el bachillerato-.

En sus textos, un tal Alphonse, con enternecedoras y almibaradas pero "decorosas" palabras, le declaraba su amor a una de aquellas ya ancianas señoras, cuando aún estaba en plena juventud. Su lectura me animaba y me despertaba una inmensa ternura y aún hoy sabría repetir ciertas líneas, que más tarde me servirían de ejemplo para mis primeras cartas amorosas Algunas de aquellas postales, las que eran repetidas, me las regaló aquella buena señora y todavía las conservo con todo cariño. Tengo certidumbre de a quién fueron a parar aquellos álbumes, hoy probablemente en manos de un coleccionista. Al sentarme hoy en mi mesa de trabajo evoqué aquellos momentos y me atreví a que fueran el arranque de mi artículo dominical, preguntándome una vez más: ¿Qué le importaran a mis lectores los recuerdos de mi vida? En cualquier caso me están sirviendo de prólogo para que, al ser vivaces, me saquen del aprieto de escribir el suelto esta semana, evitando que su contenido sea solamente una ringla de datos tras datos. Los lectores bondadosos me perdonarán mis habituales disquisiciones.

La tarjeta postal ilustrada, también llamada postal, tarjeta postal o tarjeta de correo, es un trozo rectangular de cartulina o cartón fino, utilizado como medio de correspondencia, para escribir mensajes cortos y ser remitidos al descubierto sin sobre, por una tarifa reducida. Su tamaño fue variando. Las primeras fueron de 12,2x8,5 cm, editadas en Austria en 1869, bajo los auspicios del director de Correos, barón Adolf Maly, a instancias del catedrático de Economía Militar, el doctor Enmanuel Hermann, quien las había utilizado previamente en su correspondencia privada. Sin embargo, es justo resaltar que ya en 1865, el consejero de Estado de Prusia, Heinrich von Stephan, había propuesto la circulación de cartas oficiales sin sobre. El uso de las tarjetas pronto se extendería por toda Europa y Estados Unidos y la edición sería pública y privada. En España circularían más tarde, primero por iniciativa privada y desde 1871 a cargo de la Dirección General de Comunicaciones, que reguló su uso y prohibió su edición privada hasta 1886. Es en 1873 cuando la Fábrica de Moneda y Timbre hace imprimir la primera tarjeta oficial, con la denominación, al igual que en otros países, de "entero postales". Estas primeras tarjetas eran de color crema. En su anverso lucía un marco u orla de color azul y, en su parte superior y central, figuraba impreso el sello de franqueo de tarifa reducida (5 céntimos), con la efigie de la república. A sus lados, y haciendo arco, se leían las palabras "República" a la izquierda y "Española" a la derecha. Centrado y bajo el sello ponía "Tarjeta Postal". En el centro se reservaban dos líneas, una para el nombre y otra para la dirección del destinatario. En la parte inferior figuraba impresa la siguiente frase: "Nota: Lo que debe escribirse se hará en el reverso e irá firmado por el remitente". El reverso estaba completamente en blanco y es ahí donde se había de escribir el texto al descubierto.

El uso masivo de las tarjetas y la necesidad de mejorar los servicios postales llevó a la creación, en 1874, de la Unión Postal Universal, que recomendó que el tamaño de las postales se estandarizase en 9x14 cm, dimensiones que perduraron hasta 1960. Con la evolución de los métodos de impresión, en la última década del siglo XIX, ya autorizadas las empresas privadas a editarlas, nacen las tarjetas postales ilustradas, con una figura de mayor o menor importancia en el anverso y un pequeño espacio en blanco para el mensaje, dado que el reverso quedaba reservado para nombre, dirección del destinatario y timbres. Y llegamos a 1900-1914, la llamada "Edad de Oro de la tarjeta postal", periodo en el que todo el anverso es cubierto por una ilustración o fotografía y el reverso se divide en dos mitades, la izquierda para contener el mensaje enviado, y la derecha para pegar el sello y poner el nombre y dirección del destinatario. Las primeras tarjetas fueron impresas en fototipia, lo que duraría hasta 1950, y cromolitofrafía (litografía en varios colores). Después sería huecograbado y le seguirían sucesivos y nuevos sistemas de impresión. Las ediciones eran muy variadas: vistas, monumentos, paisajes, acontecimientos, trajes regionales, flora, fauna, deportes, tauromaquia, realeza, eróticas, románticas, o reproducciones de pinturas y dibujos. Entre los fotógrafos la mayoría eran anónimos pero también otros muy conocidos, entre los que cabe resaltar Antonio Cánovas, llamado Dalton Kaulak (1862-1933). Todo ello conllevó un gran desarrollo de la industria cartófila europea, destacando en España: Hauser y Menet -solo en 1905 publicó cinco millones-, Fototipia Lacoste, Roisin, J. Thomas, Fototipia Escolá, Ángel Toldrá, EJG y otros.

De forma paralela surgían cada día más coleccionistas, clubes, asociaciones cartófilas, revistas y exposiciones. Entre las colecciones floreció como una verdadera epidemia la que incluía autógrafos de políticos, literatos y artistas, que se veían asediados por los coleccionistas, entre los que predominaban ilustres damas que ansiaban ser la número uno. Algunas colecciones llegaron a tener valor incalculable. Tal es el caso de la de Carmen Aguilera, hija del que fue alcalde de Madrid en la primera década de 1900, Alberto Aguilera y Velasco.

Manuel Carretero, escribía en 1902 en Hojas Selectas: "La tarjeta postal se ha hecho dueña soberana de la colección moderna. Es ya, y será después, la actualidad artística de nuestro tiempo?". En realidad la tarjeta postal formó parte de la polisémica modernidad, impuesta por una cultura marcada por una economía de medios y tiempos que supusieron un debilitamiento de la privacidad. Se exponían públicamente textos privados, algo inédito para la época. Así, en 1871 se establecieron normas para su uso y circulación: "siempre que los empleados de comunicaciones adviertan que una tarjeta postal contiene indicaciones contrarias al orden público o a la moral y buenas costumbres, suspenderán la tramitación de la tarjeta". Al tiempo, en un periódico de Madrid podía leerse: "El manantial inagotable de malignos placeres, goces indiscretos y charlas inoportunas que el nuevo modo postal ha de fomentar en los cubiles o suntuosos retretes de los modernos Cerberos de la propiedad inmueble. Las tarjetas han de ser un plato de gusto para los porteros, que sin duda, han de enviar felicitaciones al inventor de este nuevo diezmo ofrecido a los indiscretos de todas condiciones".

Entre 1914 y 1945, durante las guerras mundiales y la civil española, la tarjeta postal conoció la dura censura y fue utilizada como instrumento propagandístico, por lo que en muchos casos se reproducían carteles con ese fin. Su calidad y su valor artístico disminuyeron. Con el desarrollo de los medios de comunicación y de la información, a partir de 1946 las tarjetas postales inician un notorio declive, del que no se recuperaran hasta 1975, en que resurgen una generación de nuevos coleccionistas y muchas asociaciones de cartófilos y exposiciones. La deltiología es el término oficial para la acción de coleccionar (y estudiar) tarjetas postales. En la actualidad, con la aparición de internet, se ha generalizado el uso de la postal electrónica, con tarjetas personalizadas de todo tipo y para todas las ocasiones.

Al igual que ayer, hoy y mañana, las tarjetas postales poseen un indudable valor documental, histórico, artístico y filatélico.

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