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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los fracasos

Así pues, visto lo visto -y sobre todo a la espera de lo que está por ver-, no han de extrañar los nervios de estos días en las diferentes fuerzas políticas gallegas. Ni tampoco las lecturas que hace cada una de lo que hasta ahora ha ocurrido, que demuestra el viejo aforismo de que aquí, y salvo el Bloque, políticamente han ganado todas. Algo que choca de frente con la verdad práctica: que en términos de Estado la gran perjudicada ha sido Galicia como país.

Se trata, desde luego, de una opinión personal que no tiene por qué compartirse, pero que si se analiza despacio y sin sectarismo, hace indiscutible el fracaso de todos. Unos más y otros menos y por diferentes razones, pero colectivo; empezando por el del PPdeG, que ha dejado de ser el granero de la derecha periférica española y aunque conserva peso, ya no resulta referente, quizá con la excepción del presidente Feijóo.

Pero es que en el resto del espectro político ha sucedido algo semejante. Dicho lo del Bloque, situado ahora en las catacumbas por ceguera -o al menos por la miopía de sus analistas-, tampoco puede hablarse de "éxito" en la gente de Ciudadanos por más que haya quintuplicado sus votos y obtenido un diputado en A Coruña, que ha de leerse casi como un regalo de la Ley d´Hondt antes que un verdadero avance en su implantación.

Hay, por supuesto, quienes tienen más razón para proclamarse, sino los actuales protagonistas, los futuros vencedores, que son quienes conforman el puzzle de En Marea. La aritmética les da argumentos políticos incluso frente a los que sumaron más sufragios, pero Galicia sale del 20-D, en ese segmento electoral, sino peor parada, desde luego más confusa. Y además, sin grupo parlamentario propio.

Y una síntesis casi perfecta de lo que se ha llamado fracasos -en plural- la aportan no sólo las cifras del PSOE de aquí, sino la patética lectura que de ellas ha hecho su todavía secretario general y el menguante séquito que le acompaña, que trata de explicar incluso el insultante préstamo de uno de sus senadores -el lucense Ricardo Varela- para hacer bulto con los catalanes. Pocos pueden decir en serio que "eso" sigue siendo la segunda fuerza política de este país.

No se trata, desde luego, de llevar el pesimismo hasta límites exagerados. Pero conviene insistir en la opinión de que este viejo Reino, que salvo excepciones no tuvo suerte en su capacidad de influencia real en el conjunto de España, tampoco la encontró esta vez. Un vistazo -incluso desde tan mal lugar para la reflexión como una cama hospitalaria- sirve para profundizar en esa idea. Sin acritud, por supuesto.

Conste.

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