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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La rara desigualdad de España

La brecha entre ricos y pobres no para de crecer en España, pero los españoles propiamente dicho parecen tomárselo con calma. Este país es, en efecto, uno de los más tranquilos de Europa: y ello a pesar de que sus veinte ciudadanos más forrados acumulen un patrimonio equivalente al del 30 por ciento de la población más pobre. Se conoce que no somos tan envidiosos de los bienes ajenos como nos pinta el tópico.

Los datos corresponden al último informe de la organización caritativa Intermon-Oxfam, que denuncia las "cotas insoportables" de desigualdad a las que ha llegado España con la crisis.

Nada nuevo han descubierto los que en Oxfam se encargan de contar a los pobres y a los ricos del país. El Gobierno elegido por los españoles hace cuatro años en cuantiosa mayoría absoluta afrontó la crisis mediante una devaluación interna que, inevitablemente, ha empobrecido a la mayoría de los ciudadanos. Las rebajas de sueldos y las subidas de impuestos vaciaron los bolsillos de los españoles, aunque a cambio facilitasen el crecimiento de la economía con la subsiguiente mejora del empleo. Son misterios de las finanzas que ni siquiera los economistas atinan a explicar.

Otra cosa, y bien distinta, es que la desigualdad resulte tan "insoportable" como la adjetivan los autores del mentado informe. De ser cierta esa apreciación, las brigadas antidisturbios tendrían que hacer horas extras para contener las revueltas en las calles. Los ricos vivirían, lógicamente, bajo la protección de un ejército de guardias privados, en lugar de presentarse a las elecciones en las listas de partidos que denuncian el intolerable crecimiento de la pobreza.

En situaciones extremas de desnivel entre las rentas como las que describen Oxfam y otras instituciones solidarias, lo normal es que aumente exponencialmente la delincuencia. Los pobres de pedir, desesperados por su situación, acecharían las carteras y las viviendas de los millonarios, desatando una espiral de inseguridad como la que cada fin de semana llena las morgues de -un suponer- México o Venezuela. Incluso salir de copas por la noche podría resultar una aventura de incierto desenlace.

La realidad, sin embargo, tiende a desmentir ese pronóstico. La desigual España es una de las naciones más seguras del mundo si hemos de atender a las bajas tasas de criminalidad o simplemente a lo que uno puede comprobar con sus propios ojos. A pesar del veinte por ciento de paro y de la nada equitativa distribución de la riqueza, el índice de delitos figura aquí entre los más exiguos de Europa, solo mejorado por los datos de Grecia y Portugal. Nada que ver con el elevado nivel de delincuencia que, por comparación, padece la igualitaria Suecia.

Quizá ocurra que la penuria contribuya, paradójicamente, a reducir el número de cacos en los países pobres y desiguales. El hecho de que no haya un duro en los bancos, por ejemplo, disuadirá a los atracadores de su natural tendencia a atracarlos. Y otro tanto podría suceder con las arcas públicas, donde apenas queda algo que robar tras el acoso al que las sometieron los gobernantes en la reciente época de bonanza.

Tampoco hay que desdeñar, en fin, la posibilidad de que las organizaciones encargadas de socorrer al indigente -como Oxfam, por ejemplo- exageren el cálculo del número de pobres, que a fin de cuentas son la materia prima de su actividad. Como quiera que sea, resulta de lo más sorprendente la tranquila desigualdad de España.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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