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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Plazos para la independencia

En la historia hay ejemplos bastantes de cómo, no pocas veces, se elige a un personaje con fama de duro, o de radical, para hacer una política moderada. La explicación es bien sencilla. De un personaje con fama de duro no cabe sospechar que haga renuncias peligrosas a su programa político, sino solo concesiones tácticas a sus adversarios que serían sospechosas de entreguismo, e incluso de alta traición, si las planteara otro de la misma camada con fama de blando. Y uno de los casos más evidentes de esa aparente paradoja, lo hemos tenido hace días con la sorprendente elección de Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat de Cataluña, una vez se acreditó suficientemente que la CUP no aceptaría nunca a Artur Mas como candidato de la coalición Junts pel Sí (Convergència y Esquerra Republicana).

Del hasta ahora casi desconocido Puigdemont, hasta ese momento alcalde convergente de Girona, no se sabía apenas nada con la excepción de que era un independentista convencido desde sus primeros pasos en la política catalana. Lógicamente, los medios madrileños se pusieron de inmediato a investigar el contenido de escritos y declaraciones pasadas y acabaron encontrando la perla que buscaban. Un discurso del año 2013, que concluyó con una cita de un compañero de profesión, el periodista Carles Rahola (fusilado por los franquistas) en el que se expresaba el deseo de que "los invasores acabaran por ser expulsados de Cataluña". Vistas esas credenciales se esperaba de él que acentuara el desafío con el Estado español llevándolo hasta el borde de unos abismos a los que no se había atrevido a asomarse su antecesor en el cargo. Y así pareció en los primeros momentos de aceptación de su nueva dignidad. El precedente protocolario del juramento de fidelidad a la Constitución y al Rey fue obviado sibilinamente y sustituido por otro de sometimiento a la voluntad del pueblo de Cataluña y a las decisiones del propio parlamento autonómico que lo elegía. Además de eso, anunció que mantenía el plazo de 18 meses para la declaración de independencia de Cataluña que había marcado Artur Mas y nombró como consejero de Asuntos Exteriores a Raül Romeva, se supone que con el encargo de negociar con otros países extranjeros, incluida España.

La tensión entre el Estado y la autonomía rebelde se incrementó no poco con la negativa del Rey a recibir a la presidenta del Parlamento catalán que pretendía informarle en persona del nombramiento y por un momento se temió que el anunciado choque de trenes se pudiera producir antes de lo que se esperaba. Afortunadamente, en sus primeras declaraciones el señor Puigdemont desmintió que la declaración de independencia tuviera que producirse inexorablemente en el plazo de 18 meses y se manifestó distendido y cordial. Un extremo que confirmó poco después el vicepresidente de la Generalitat y máximo dirigente de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras. Desgraciadamente -dijo el señor Junqueras- la independencia no depende solo del gobierno catalán, sino también de la estabilidad parlamentaria, del Estado español, de la coyuntura económica internacional y de los mercados. "En concreto -señaló- del comportamiento de los mercados financieros y de los compradores de deuda de España, singularmente el Banco central Europeo". Poner plazos a la independencia cuando se depende de tanta otra gente es una estupidez.

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