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Xabier Fole

el correo americano

Xabier Fole

Despedidas

Poco antes de que se iniciara la undécima legislatura en España, Barack Obama pronunció su último discurso sobre el estado de la Unión. Ocasión ideal, propiciada por esta feliz casualidad, para contemplar la dimensión teatral de las democracias comparadas. El primer presidente afroamericano de los Estados Unidos, el hombre del "cambio" y la "esperanza", se despidió en el Congreso, como ya se ha dicho y escrito, con un mensaje de optimismo. Era necesario mostrarle al público norteamericano una imagen del país que contrastase con la llegada del apocalipsis augurada por los republicanos. "Quien diga que la economía americana está en declive está vendiendo ficción", afirmó. El gobernante también reivindicó la necesaria y saludable diversidad de ideas que existe en el país: "Una mejor política no significa que tengamos que estar de acuerdo en todo. Este es un país grande, con diferentes regiones, actitudes e intereses. Ese es también uno de nuestros puntos fuertes. Los Padres Fundadores distribuyeron el poder entre los estados y las ramas del gobierno, y esperaban que argumentáramos, tal y como ellos lo hicieron, sobre el tamaño y la forma del gobierno, sobre el comercio y las relaciones exteriores, sobre el significado de la libertad y los imperativos de la seguridad".

Aunque uno de los "pocos arrepentimientos" que tiene de los años que ha ejercido como líder de la nación es que "el rencor y la desconfianza entre los partidos ha ido a peor en vez de a mejor". La eficiencia de un régimen paradójicamente presidencialista depende en buena medida del comportamiento de los representantes de las dos cámaras. Obama ha sufrido una de las oposiciones más feroces en el Congreso y el Senado de la historia contemporánea. En el país de las listas abiertas nunca se había visto aplicar tanta disciplina de partido. Los excesos provocados por el sectarismo de los políticos han inoculado a los ciudadanos resentimiento y desconfianza hacia el sistema. Esto explica el apogeo del populismo grotescamente representado en las primarias del Partido Republicano. Como escribió David Frum en The Atlantic, "la gente más enfadada y pesimista del país no son los manifestantes de Occupy Wall Street. Ni los de #BlackLivesMatter. Ni los residuos que quedan del movimiento sindical estadounidense. Ni los jóvenes 'dreamers'. Los más enfadados y pesimistas son los que solíamos llamar los americanos de clase media y de mediana de edad, que no son ricos ni pobres, quienes se molestan cuando se les pide que marquen el número uno para hablar en inglés y se preguntan cómo 'hombre blanco' se ha convertido en una acusación en lugar de una descripción".

En esa descripción encaja el votante de Donald Trump. Una persona que desea que su país vuelva a ser "como antes", sin explicar con claridad qué se pretende insinuar con esa sentimental reclamación de un imperfecto pasado. Recuerdo caminar por las calles la noche de las elecciones del año 2008, cuando Barack Obama ganó las elecciones, y observar a multitud de personas celebrando el acontecimiento histórico. Vi a muchos afroamericanos llorar en el momento en que se dieron a conocer los resultados. Seguí el transcurso de la jornada electoral en el cuartel general que habían improvisado los demócratas en un hotel, situado en el barrio donde se encuentra Wall Street, y presencié la alegría que provocó el triunfo del candidato en el estado de Ohio, un hecho que indicaba, siguiendo la tradición, que muy probablemente se convertiría en presidente. Luego acudí a diversos bares, en cuyas televisiones retransmitían los comicios, y hablé con americanos blancos, negros y latinos, y la mayoría manifestaba una contagiosa ilusión por los tiempos que se avecinaban. Algunos nunca habían participado en ninguna campaña, me confesaban, pero en aquel período merecía la pena comprometerse. Demandaban un cambio, un nuevo liderazgo, una nueva política. Ahora, el presidente reconoce que no puede hacerlo sin ayuda: "Los cambios en el proceso político -que no solo consisten en quiénes son los elegidos sino en cómo son elegidos- ocurrirán solo cuando los ciudadanos americanos los demanden. Depende de ti. Eso es lo que significa un gobierno de la gente y para la gente? Compatriotas americanos, esta no puede ser solo una tarea para mí". La retórica y la estética, imprescindibles en política, también tienen sus limitaciones.

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