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Ceferino de Blas.

Los nuevos patriotas

Grafitis y pintadas han inspirado obras artísticas y literarias por la imaginación de los anónimos autores. Que se lo digan a Pilar Eyre, que encontró en una pared el título de su novela de más éxito, con la que quedó finalista del Planeta: "Mi color favorito es verte".

Pero además del ingenio creativo, lo que abunda en muros y medianeras es la literatura política, como forma de expresión ingeniosa o rompedora.

Desde el tardofranquismo, la izquierda se las ha adueñado -¿han visto ustedes alguna pintada de la derecha?-, y no ha cesado la costumbre de las proclamas reivindicativas. Una de las últimas que se ven por Vigo es: "Liberdade para os patriotas galegos".

Después de siglos de uso, el término patriota y su derivado, el patriotismo, fueron sentenciados por las mentes progresistas como expresiones totalitarias, y habían desaparecido del lenguaje.

Durante los últimos lustros pocos se atrevieron a emplear esos vocablos, por lo que se habían refugiado en el diccionario con toda su intensidad conceptual.

Pasó con otras palabras y expresiones que han dejado de ser de uso común, al postergarlas la izquierda, a la que la derecha vergonzante concedió patente de corso para dictaminar lo que es gramaticalmente adecuado, qué se puede o no se puede decir. Y al no usarse se convierten en arcaísmos.

En el lenguaje es donde más se nota lo que es políticamente correcto, al asimilarlo el personal como lo que conviene o no expresar para no llamar la atención y ser tildados de retrógrados, trogloditas o cualquier epíteto que defina lo que es una antigualla.

Precisamente, porque el lenguaje se ha dejado a la izquierda, y cuanto más escorada mejor, es por lo que también se la ha concedido licencia de uso de las palabras.

De repente, aparece tan pimpante en una pared céntrica y pétrea -lo peor de los grafiteros, sean artistas o activistas, es que no les importa el soporte y lo mismo pintarrajean un viejo muro que un monumento-, la pintada que reclama libertad para los "patriotas galegos".

Resulta que el término patriotismo, que se despojó al españolismo al identificarlo con el franquismo, reaparece en boca de los radicales que no tienen mejor forma de expresar el amor de sus correligionarios a Galicia que con el vocablo citado.

Escrito por ellos, la expresión no suena a fascista, ya que las palabras no tienen calificativo, salvo que se las contextualice.

Las palabras de por sí son asépticas, como el agua inodora, incolora e insípida, pero pasadas por el filtro del progresismo reciben el calificativo de deseables o desechables.

Algunas son tan profundas que definen sentimientos, que de otra manera sería difícil expresar, y cuando es imprescindible hacerlo, se reviven y actualizan, como en la pintada de referencia. Y es que las palabras tienen la capacidad de modificar, incluso de crear la realidad.

Los símbolos y los conceptos de honor y patriotismo por más que algunos quieran descalificarlos nunca deasapacerán, porque son imborrables. No son de nadie, son patrimonio común.

En esta pretendida segunda transición política, de la que tanto se habla, la nueva izquierda ha llegado sin complejos, y entre otros usos que ha recuperado está el lenguaje. Se le escuchan vocablos y expresiones que parecían perdidos, por haberlos declarado inadecuados la vieja izquierda, pero esta nueva no solo los actualiza y considera perfectamente válidos sino apropiados para su discurso.

En el retorno de la historia, en este caso de la gramática, no sería extraño que la izquierda que dentro de unos cuantos lustros sustituya a la actual emergente, prescinda de connotaciones ideológicas y recupere nombres y episodios franquistas para hacer justicia a la verdad histórica, por repudiable que ahora se considere. Aunque se intente, lo que no se puede borrar es el pasado, que siempre reaparece. Como el vocablo patriota.

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