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Perdió Vigo su alma?

La reciente muerte del diseñador industrial alemán R. Sapper me recuerda la deuda pendiente que hay en la ciudad de Vigo con el concepto estético de las cosas públicas y su entorno. Sapper trazó una nueva imagen gráfica para las culturas alemana e italiana de las últimas décadas. Transformó la forma de los útiles de consumo doméstico, de los medios de transporte y otros frentes donde el estilismo vanguardista del diseñador creó prototipos de objetos de uso cotidiano.

"Con la materia prima de esta ciudad se puede lograr un icono admirable del diseño urbano", nos dijo un día Quino, de Mafalda, en la Alameda viguesa. Con razón el diseño público es una definición cultural de la ciudad, es un bien público, como el trazado de sus avenidas y los edificios. Los promotores de un solar piden al estudio de arquitectura el modelo de inmueble a construir, pero son ellos los que marcan la definición estética del mismo. El poseedor de una licencia constructiva se arroga el derecho de imponer a los ciudadanos un edificio horroroso, cuya deshonra urbana llega a provocar la falta de autoestima ciudadana. Lo mismo ocurre con las líneas de diseño de los grandes buques, marcadas por los propietarios navieros según sus necesidades de volumen y estabilidad a los estudios de ingeniería naval. En el mar justificó la seguridad, pero en la ciudad no justifico el feísmo. Un edificio, como un banco de jardín o una barandilla pública, son elementos estáticos con los que convivimos todos los días y durante muchos años.

La marca de la ciudad de Vigo está constituida por lo que nos ha dado la naturaleza, pero también por lo que ha dejado el paso de muchas generaciones. Hemos heredado obras de arte constructivo, pero también el arte del alma fea. Seguimos consintiendo el feísmo arquitectónico, urbanístico y paisajístico, tras el que se esconde la ignorancia, la especulación y en gran medida el caos urbanístico producto de la ambigüedad legal. ¿Es tan difícil hacer ciudad con una estética de lo sublime?

*Publicista

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