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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El sóviet de Sabadell

Bajo esa denominación, aludía el periodista Lluis Basset a la asamblea de militantes de la CUP (Candidatura d'Unitat Popular) que se reunió el pasado domingo en aquella ciudad catalana para decidir si apoyaba la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat bajo duras exigencias programáticas. Entre ellas, un límite de 18 meses para la legislatura al cabo del cual se convocarían nuevas elecciones. El periódico que acoge el comentario titula muy expresivamente en primera plana: "Una minoría anticapitalista decide la suerte de Cataluña", con lo cual viene a dar la razón a quien opina que un grupo reducido de personas con clara mentalidad revolucionaria puede asaltar el poder, tal y como hicieron los sóviets en Rusia a principios del siglo pasado.

"Parece que ahora están aquí de nuevo -escribe Basset- esta vez afortunadamente sin fusiles ni bayonetas, más bien con pocos obreros, y ningún soldado, muy pacíficos y desorganizados, pero con un espíritu similar a la hora de romper las instituciones de la democracia representativa y desbordar el Estado de derecho hasta tomar el poder en nombre de un mito: el del pueblo soberano, que en este caso es el pueblo catalán". Luego, se explaya sobre el tremendo golpe de desprestigio que ha sufrido la presidencia de la Generalitat al someterse al voto de "una muchedumbre de delegados autodesignados" y carga todas las culpas sobre los dirigentes de Junts pel Sí. "La indignidad -dice Basset- a la que han llegado Junts pel Sí y Mas supera cualquier pesadilla de la imaginación independentista".

No vamos ahora a polemizar con el periodista catalán sobre si la comparación de la CUP con el sóviet de Petrogrado es o no exagerada y sobre si la situación de Cataluña, y de España en su conjunto, tiene perfiles parecidos a los de la Rusia zarista poco antes del estallido de la Revolución de Octubre. Y menos todavía después de haber conocido el resultado de las votaciones en la asamblea del sóviet de Sabadell. Toda una jornada de reñidísimas votaciones para acabar con el resultado salomónico de 1.515 votos a favor de la investidura de Artur Mas y, exactamente, 1.515 votos en contra. Un resultado sorprendente que deja la decisión definitiva a criterio del consejo político de los anticapitalistas y de sus diez diputados autonómicos, es decir, de la dirigencia.

Darse un baño de masas para acabar entregando la llave de la gobernación de Cataluña a un reducido grupo de militantes, gracias al milagroso empate, suena a componenda, aunque no seré yo el primero que dude sobre la legitimidad democrática de la votación, ni sobre las afortunadas casualidades. Desde que el principal partido de la burguesía catalana (Convergència) se apuntó a la aventura de la independencia, todas las noticias que llegan desde allí llevan un marchamo delirante. Primero supimos que en algunos santuarios de la buena sociedad (caso Palau, por ejemplo) se robaba, luego trascendió que un padre de la patria (Pujol) y su familia habían organizado una banda para evadir capitales y cobrar extorsiones, y ahora observamos cómo la primera autoridad del Estado en la autonomía conspira contra el Estado para provocar la secesión. ¿Cómo va a extrañarnos que haya un sóviet en Sabadell?

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