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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Caos en la España conservadora

Temen las gentes de orden que el resultado de las últimas elecciones desate el caos en España, como si Bakunin y Pancho Villa estuviesen a las puertas de formar aquí un gobierno de coalición. Ninguna razón hay, en realidad, para ese desasosiego.

A pesar de las apariencias, todos los partidos que han obtenido representación en el Congreso lucen la marca conservadora en su ideología. Conservador es, desde luego, el Partido Popular que acumula la mayoría -minoritaria- de votos; pero también el grupo algo más liberal de Ciudadanos y el PSOE al que ya solo votan las gentes mayores del campo.

Queda aún el cuarto en discordia y tercero en votos, que bajo el nombre comercial de Podemos se presenta como el partido del cambio más o menos revolucionario. Lo cierto, sin embargo, es que el partido de Pablo Iglesias (junior) nació de un movimiento vagamente hipotecario como el del 15-M, basado en la lucha contra el desahucio de los propietarios de viviendas. La reivindicación del derecho al pisito y el cochecito que tanto contribuyó, por cierto, a la estabilidad del régimen de Franco.

Si algo caracteriza a los vecinos de esta parte de la Península es precisamente el amor a la propiedad que los convierte en una excepción dentro del panorama general de las naciones desarrolladas. De ultraconservadores suelen tacharnos precisamente los periódicos de Estados Unidos, para sorpresa de una sociedad como la española, que suele ufanarse de su modernidad y su progresismo.

Devotos como son del ladrillo, un 83 por ciento de los españoles disfrutan de vivienda en propiedad, aunque sea a medias con el banco. Los alemanes que viven en casa propia apenas alcanzan, en cambio, el 44 por ciento del total de la población. De ahí que un reciente informe del Bundesbank desvelase que los españoles son, técnicamente, más ricos que los súbditos de Ángela Merkel. El patrimonio medio de un español -entre casas y cash- ascendía hace un par de años a 285.000 euros: cantidad bastante superior a los 195.000 que acumula un alemán en propiedades y dinero en efectivo. Aunque la depreciación de la vivienda pueda haber cambiado esas cifras.

Un electorado en esencia tan conservador como el español no puede votar sino a partidos que le garanticen el mantenimiento de su patrimonio. Y eso es exactamente lo que han hecho los votantes el pasado domingo.

Los electores más tradicionales votaron a los tres partidos de centro-izquierda y centro-derecha que se presentaban bajo la etiqueta del orden; mientras que una mayoría de los jóvenes (y algún que otro adulto) optaron por el partido estéticamente más rompedor de Pablo Iglesias. Pero nada es lo que parece.

La nueva generación insurgente que se acogió al regazo de Podemos y sus preocupaciones hipotecarias, quizá no haga sino velar por las propiedades que, Dios mediante, heredará de sus progenitores llegado el momento. Han votado a un partido con aroma ideológico a naftalina que les promete librarlos de los riesgos y aventuras de la propia iniciativa a cambio de propuestas tan poco revolucionarias como la subvención y la garantía hipotecaria del pisito.

Nada que ver, desde luego, con el reparto universal de los bienes, la abolición de las herencias o, ya puestos, la del Estado que proponían los seguidores de Bakunin con la bomba bajo el brazo. Sosiéguense pues las gentes de orden, que esta sigue siendo la España del piso y el coche.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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