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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Maneras de vestir el cargo

El actor Ronald Reagan fue rechazado en 1964 para una película en la que aspiraba a interpretar el papel de presidente de los Estados Unidos, que años más tarde desempeñó en la vida real. "No tiene pinta de presidente", alegó el encargado del reparto de "The Best Man", que así se titulaba el filme.

Lo mismo ha dicho ahora de Pablo Iglesias, líder de Podemos, su contrincante del PSOE Pedro Sánchez. Aunque esta sea otra película, Sánchez parece aludir al informal atavío con el que Iglesias acude a cualquier acto: ya se trate de una recepción en La Moncloa, ya de una asamblea de su partido, ya de un debate en la tele.

El jefe de la izquierda leninista gasta un look setentero, de la época en que sus ideas estaban de moda, consistente en pantalón vaquero, camisa, calzado deportivo y punto. No parece, en efecto, el aliño indumentario más adecuado para lo que se estila entre los jefes de Gobierno de Europa; pero tampoco hay por qué afearle la pinta como ha hecho Sánchez.

Esto de las pintas es asunto de importancia relativa que ni siquiera nos pilla de nuevas en España. También el socialista Felipe González se presentó en su momento ante los electores descorbatado y con una rompedora chaqueta de pana rural, para marcar la distancia con los trajes de corte moderno, pero formal, que lucía Adolfo Suárez. Era el look del cambio.

González no tardaría en cambiar de sastre y, en paralelo, de ideas. Tras su llegada al poder descubrió imparcialmente los encantos de la OTAN y los de un terno de buen paño. La pana fue relegada a los mítines electorales hasta que, finalmente, desapareció de su armario.

Dado lo mucho que ha cambiado de principios durante el último año, no es improbable que Iglesias aceptase también una muda de vestimenta a favor del traje en el caso -poco factible, ciertamente- de que obtuviera la presidencia del Gobierno. La ropa no es, a fin de cuentas, otra cosa que una convención social.

Sorprende si acaso a estas alturas que la izquierda en su versión heavy siga identificando a los burgueses con la formalidad del traje y la corbata. Es habitual, por ejemplo, que los dirigentes sindicales de este país acudan a cualquier reunión (excepto, ay, a las recepciones del rey) vistiendo informales cazadoras. Huyen igualmente de la corbata, aunque no de los pactos con la patronal ni de las subvenciones del Estado.

Quizá no hayan advertido que los antañones líderes anarcosindicalistas y socialistas de principios del pasado siglo eran gente tan revolucionaria en lo ideológico como formal en la indumentaria. En las fotos de la época posaban impecablemente vestidos con un traje y una corbata que todavía hoy siguen prestándoles cierto entrañable aire de obreros endomingados.

Si hasta el revolucionario Fidel Castro apeó en su día el uniforme de comandante en jefe para recibir vestido con un sobrio traje al Papa Juan Pablo II, no se entienden muy bien los escrúpulos que mantienen Iglesias y Podemos en estas anecdóticas cuestiones del vestir. Salvo que quieran ser más fidelistas que Fidel, naturalmente.

La etiqueta es, en fin, una expresión de cortesía hacia los demás que lo mismo vale para un entierro que para una reunión de jefes de Gobierno. Lo que acaso importe es vestir adecuadamente el cargo: y eso no se hace solo con ropa. Aunque también.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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