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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La nueva emigración

Más de 50.000 españoles han hecho la maleta rumbo al extranjero en el primer semestre de este año, acreciendo la tendencia a la tocata y fuga laboral que se abrió con el principio de la crisis. No es menos verdad que otros 23.000 regresaron durante ese mismo período, junto a 134.000 inmigrantes de otros países; pero esto no deja de constituir un mediocre consuelo.

Resultaría algo anacrónico, en todo caso, llamar emigrantes a los que se van, como si aún estuviésemos en tiempos de Antonio Molina. En la actual Europa sin fronteras y abierta a la libre circulación de trabajadores, el concepto de emigración queda más bien desfasado. Los que ahora salen son gente por lo general preparada que no viaja por ahí con la maleta de cartón como los que lo hacían en los años sesenta y setenta del pasado siglo.

Tampoco son mano de obra sin cualificar como los "gastarbeiter" -o trabajadores invitados- que con ese delicado eufemismo acogía entonces Alemania para alimentar de personal su milagro económico. Hablamos ahora de jóvenes con formación universitaria a los que el mercado de trabajo de España no ofrece oportunidades para poner en práctica sus conocimientos.

Si antes exportábamos mayormente braceros, ahora facturamos licenciados, ingenieros y arquitectos al exterior; lo que sin duda constituye un pésimo negocio. Los países receptores, generalmente más prósperos que España, aprovechan la formación -siempre costosa- de los jóvenes de este país para conseguir talento a precio regalado. Técnicamente no sería correcto definirlos como emigrantes, pero eso es lo de menos. Lo de más es que seguimos despachando gente como si fuera una mercancía que nos sobrase a los mercados laborales de Europa y aun del mundo.

Gran parte de los que todavía siguen liando el petate en busca de tierras económicamente más acogedoras forman parte de la inestimable reserva de talento a la que este país precario en industria no puede ofrecer otra cosa que becas y contratos tan inestables como mal retribuidos.

A la antigua exportación masiva de peonaje la está sustituyendo una igual de dolorosa, si bien menos abundante desde un punto de vista meramente cuantitativo. Se da así la paradoja de que los países más ricos de Europa -Alemania, Holanda y por ahí- acaben por llevarse gratis a algunos de los mejores cerebros que la desempleada España forma a un alto coste para que el beneficio añadido les toque a otros.

Todavía estamos pagando la factura del anterior éxodo con una población anómalamente envejecida y, de rebote, una baja tasa de natalidad que amenaza con dejar en los puros huesos la demografía del país. Lo que ha cambiado, con la mejora del PIB y el privilegio de formar parte -siquiera marginal- de la Unión Europea es el perfil del trabajador que ahora, como en los años sesenta, ha de buscarse la vida fuera de casa.

Se ignora qué será peor: si la vieja emigración o la actual fuga de capital humano que está privando a España de los jóvenes sobradamente preparados a quienes habría de corresponder la tarea de surtir de cuadros dirigentes a este país. En la nueva economía del baratillo y el low cost, la diferencia entre unas y otras naciones la marca precisamente la reserva de conocimiento que puedan aportar los trabajadores mejor formados. Y esa batalla, como tantas otras anteriores, la está perdiendo España.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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