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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La farsa

Uno de los métodos más sencillos para comprobar hasta qué punto resulta casi una farsa el interés del oficio político por "la seguridad" consiste en contrastar las palabras rotundas con los hechos simples. Por ejemplo, en estos días, las proclamas solemnes y las ceremoniales firmas de pactos con el dato de que los guardias civiles -y también los policías nacionales- carecen de chalecos antibalas; y los que hay, han de comprarse a cuenta de los salarios de los propios agentes.

Esa realidad que debiera provocar la vergüenza -si la tuvieran- de los diferentes jerarcas con mando en partidos y gobiernos -porque todos de un modo u otro conocen la situación y han contribuido a ella- ya le costó la vida a una policía en Galicia y heridas a guardias y pone en riesgo la de otros cada día a lo largo del país. Pero aquí lo que más importa es figurar, aparentar y hacer creer lo que no existe. Lo peor es que la farsa parece darles resultado.

Es probable que lo que se deja dicho -que es más que una opinión: las cifras son medibles y proceden de denuncias con origen en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado- se descalifique desde los viáticos oficiales como una confusión entre el culo y las témporas. O que se replique rechazando la conexión entre los pactos -necesarios- de Estado y las quejas de quienes, en definitiva, han de hacerlos cumplir.

Pero no hay tal. Es evidente para cualquiera que no se puede proclamar como prioritaria la seguridad si a la vez no se dota de lo preciso para que quienes han de velar por ella y garantizarla lo hagan de un modo eficaz. Y un chaleco antibalas no es un factor complementario: es un salvavidas para quienes se la juegan -sin demagogias- por la democracia y la libertad.

Dicho eso, y ya puestos, no estará de más tomar nota de otra monserga habitual en los rosarios de excusas que quienes gobiernan -y da igual el color que tengan: todos en estos años han contribuido a recortar medios- aducen para explicarse: la falta de recursos. Pero la gran mayoría de esa gente que decide no se priva de atender a lo suyo y a los suyos en todo lo que les suponga mayor tranquilidad. Es medible y por tanto difícilmente opinable.

Pero hay algo peor en esa farsa: un sector social no muy amplio pero ruidoso y con cierta influencia entre sus conversos, que valora más unas vidas que otras y que protesta en unos casos o nada dice cuando los que caen son quienes protegen a la sociedad entera. Esa obscena doble moral acuñada en círculos del papanatismo de la antigua gauche divine, cabalga de nuevo y se ocupa en ocultar la evidencia de que otros mueren mientras ellos charlotean. Y ya está bien.

¿No...?

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