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Ha tenido que ser un policía francés, Bernard Godard, quien haya dicho la verdad más contundente dentro de la perplejidad de la situación desesperada en la que nos ha metido el EI. Recuerda Godard que los yihadistas han creado esa Europa unida que nosotros, los europeos, no hemos sabido montar. Para los extremistas musulmanes tanto da Bruselas como París, Berlín como Madrid. Se sienten en un único lugar y se mueven por él sin sensación de estar cruzando fronteras. Entretanto quienes en teoría somos los auténticos europeos de raíz discutimos si no sería cuestión de derogar el tratado de Schoengen, ponemos límites desde la Gran Bretaña acerca del alcance de la Unión o, dentro de España, nos planteamos la necesidad de trocear el país en nombre de los ideales.

De eso, de ideas y de valores, va el asunto. Lo único que une al yihadismo es la convicción de que Alá es grande y todo lo demás resulta secundario. Tiempo hubo en el que los europeos pensábamos algo parecido aunque sin necesidad de un dios por medio. Lo que creíamos que era grande alcanza el concepto mismo de la ciudadanía, de la res-pública, de los valores que fundamentan una tarea en común. Si hablamos de la voluntad de Alá las fronteras resultan ridículas. Si lo que enarbolamos es la igualdad, la libertad y la fraternidad sucede lo mismo. Así que en el fondo los dos mundos en conflicto total que se enfrentan en estos comienzos tremendos del siglo XXI cuentan o, mejor dicho, contaban con una misma estrategia en cuanto a los ideales. Pero con una diferencia: ellos han sabido asumirlos y nosotros, no.

Casi década y media después de que Al Qaeda enseñase por qué las fronteras ya no sirven nosotros seguimos discutiendo acerca de para qué nos pueden servir esas ideas de la libertad, la igualdad y la fraternidad. A la vez que el policía Godard nos ponía sobre aviso acerca de la eficacia de la Europa yihadista, el periodista John Carlin proclamaba el final de las tibiezas a disposición de quienes no somos radicales islámicos. Los dos vienen a decirnos lo mismo: ha llegado la hora de elegir porque hay otros que ya lo han hecho y desde entonces nos llevan ventaja.

Las consecuencias de la elección que hagamos puede que sean de las que no tienen marcha atrás. La otra Europa, la nuestra, debe decidir si quiere serlo de una vez o si abandona el proyecto para siempre. Aunque lo que discute en voz alta sea el sentido de bombardear Siria, lo que en verdad está en juego es quién lo hace o lo deja de hacer. ¿Francia? ¿Europa entera? Será que sí o será que no pero, sea lo que sea, se nos ha terminado el tiempo de las opciones intermedias. Los yihadistas nos han dado el ejemplo perfecto: Alá es grande. ¿Tenemos nosotros algo grande con el que contrastarlo?

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