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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Derbi internacional gallego

Si el Barça es más que un club, el derbi que este fin de semana enfrenta a Celta y Deportivo -o viceversa- es mucho más que un clásico. Aquí no existen pujos por la independencia como los que el club azulgrana simboliza en Cataluña, pero sí contiendas de otro tipo que enfrentan cordialmente a los nordistas de Coruña y a los confederados de Vigo, con el Apóstol de por medio.

"Vigo, nación; Celta, selección", coreaban años atrás los partidarios de que la ciudad ejerciese su soberanía futbolística. Nada de particular. También Francisco Vázquez, a la sazón alcalde coruñés e hincha del Depor, se aplicaba por entonces a la tarea de edificar en A Coruña una república local al modo de la de Venecia.

Estos y otros curiosos rasgos daban -y dan todavía- un alcance claramente internacional al encuentro entre los dos proyectos nacionales del norte y el sur de Galicia. Acentúa este carácter el hecho un tanto misterioso de que los celtistas tiendan a reputar de turcos a sus adversarios del Deportivo y que estos, a su vez, identifiquen como portugueses a los del Celta. Incluso antes de que los dos equipos gallegos lograsen plaza en las competiciones europeas, el derbi era ya un asunto de clara vocación multinacional, como bien se ve.

Ahora que el tren-foguete une A Coruña y Vigo en un santiamén, el clásico del fútbol gallego ha dejado de ser un símbolo de las difíciles relaciones que se supone debían mantener las dos ciudades más pobladas de Galicia. Felizmente, la batalla se reduce ya al estricto ámbito del césped, pues que a fin de cuentas el balompié no deja de ser una continuación de la política por medios más divertidos.

Atrás quedan los tiempos en los que los futboleros de este viejo reino se encontraban fraternalmente divididos en dos mitades irreconciliables. O se era del Celta o del Deportivo; pero nunca de ambos a la vez. La doble militancia resultaba un imposible metafísico hasta que el actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, vino a demostrar lo contrario.

Político de la sutil escuela florentina de Cambados, Rajoy ha conseguido hacer creer a los deportivistas que es hincha del Deportivo y a los celtistas que tuerce por el Celta; aunque el equipo de sus amores seguramente sea -por razones generacionales- el histórico Pontevedra del "Hai que roelo". Tampoco es improbable que, desde su actual residencia en Madrid haga pensar a los madridistas que es un merengón de toda la vida, sin que por ello deje de dar la impresión de que el Barça le cae igualmente bien.

Peor disyuntiva se le presenta al Apóstol Santiago, mediador cuyos favores suelen invocar por igual las directivas de los dos principales clubes galaicos. Presidentes y entrenadores han peregrinado más de una vez a Compostela para que el Santo Patrón ayudase a introducir la pelota en las redes del equipo contrario. Fácil es de comprender el trance al que someten al Apóstol, que tiene su casa a medio camino entre Vigo y A Coruña y, por obvias razones, no querrá enfadar a ninguna de sus dos parroquias de hinchas.

Todo esto añade rasgos teológicos a un derbi que, ya de por sí, venía reuniendo atractivos de todo tipo, incluidos los del fútbol. Lástima que una oscura maniobra centralista haya hecho coincidir este año el clásico gallego con el que disputan el Real Madrid y el Barcelona. Ni chupar cámara nos dejan a los marginados gallegos.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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